martes, 13 de octubre de 2009

Salgo del programa de radio un poco aturdido, tal como entré. Hoy me da por bañarme, y se me hace tarde y dejo a mi padre fregando la loza y a mi primo despotricando contra Cristiano Ronaldo (dicen que una ex novia le hizo brujería para que estuviese lesionado hasta el fin de la liga) y cuando llego a S/C veo que no es el libro de Borges el que llevo en la mano, sino uno con igual formato y que ahora no viene a cuento. Toda la estrategia al carajo. Falla la logística, falla la estrategia. Sin embargo, el oyente Marcelino dice que no estuvo mal y elogia a Juan Royo. "El hombre estaba pletórico, preparado, potente". No le cuento que el autor de El fulgor del barranco está ahora en un gimnasio, imitando a Mishima. Incluso se salió con la suya, que el dichoso programa tenga un guión previo. Mi hija Atteneri me escribe desde Madrid, y dice que por fin solucionó los problemas técnicos y que lo escuchó y que estuvo divertido. En fin, que me llamen Bestia, no me gustan los halagos, pero me quedo más tranquilo.
Mi bruja amada que me tira el Tarot todas las mañana me dijo que hoy me salió la carta del Carro, cuesta abajo y sin freno. Seguramente la culpa los sueños de anoche, o mejor dicho, del amanecer. Toda la noche estuve en vela. El asedio de Hacienda no me dejó dormir. Menos mal que Anghel por la tarde en el Monterrey me regaló la novela Oikia. Gracias a la lectura la Luna no fue un calvario, sino todo lo contrario. Disfruté con esas páginas, y será una dicha presentarla el día 24 en Icod. Antes de amanecer me dormí como un bendito. Estos días revisando papeles y blogs encontré varias fotos en las que está la mujer que me denunció por violencia de género. Ella ganó el juicio. Yo, tanta lata le di a la abogada de oficio, que el día anterior se reunió conmigo y me dio esperanzas. Al día siguiente, en la sala de lo penal 2, antes de entrar me dijo que no tenía nada que hacer, o sí, que lo que tenía que hacer era decir sí a todo.
--No te preocupes que hasta dentro de un año no te viene la sentencia.
La juez leyó las imputaciones. Como soy sordo y hablaba en voz baja, no oí nada pero dije sí a todo. Me gustaba la juez, era guapa y tenía un tono de voz muy bonito, según la estética de Kant. La fiscal me gustaba menos. Cada vez que me miraba parecía decir, "a los maltratadores, tolerancia cero". Me hacía sentir culpable. Bueno, realmente era culpable, esa es la verdad. La sentencia no se hizo esperar ni un minuto. Orden de alejamiento, trabajos forzados y pagar un dinero a la denunciante. La secretaria fue muy simpática y amable conmigo, menos mal. Me informó de todo lo que yo no entendía con una claridad yo diría que hasta cariñosa. No la invité a tomar un vermout porque pensé en todo lo que tenía que pagar. Cuando salí de la sala mi abogada estaba de charla con el abogado de la parte contraria, presentándole a la maltratada y a toda la gente que había ido con ella, todos vestidos como para una boda. Pretendí abordarla para preguntarle un par de dudas, y me dijo que otro día, y se fue con ellos seguramente a celebrar la victoria. Si en ese momento hubiese conocido a mi futuro amigo Anghel, lo hubiese llamado para que me invitase a una botella de vino en La Matanza y olvidar las penas.
El caso es que cuando me dormí soñé con la mujer que ganó el juicio. Ella estaba vestida de blanco, chaqueta blanca, pantalones blancos y zapatos blancos. Había una fiesta en una mansión con muchas cristaleras que daban a un jardín en pendiente. Me invitó a bailar. Yo no sé bailar y me resistí pero cuando me di cuenta estaba bailando como si mi ángel guardián me hubiera dotado del don del baile. Los demás se pararon a vernos bailar, como en la películas, porque era una maravilla vernos. Luego bajamos al exterior y paseamos ladera abajo, hablando como si fuésemos amigos de toda la vida, pero a lo bobo, en un declive junto a un pino, la chica resbaló y quedó herida. Ay Dios --pensé--, si llamo a la ambulancia van a creer que yo tuve la culpa y me meten en la cárcel.
--Bobito, no te alteres. Esta vez no te voy a denunciar --dijo, y...
Murió. Su alma voló al Cielo. No me lo pensé dos veces. Autoconstruí una tumba escarbando con las manos la tierra blanda, deposité en el fondo su cuerpo, con cuidado, para que no sufriera más daño, y me fui de allí sin dejar señalada una cruz. El pino ya era suficiente. Caminé hasta llegar a San Andrés. Por la plazoleta pasaba un entierro. Un montón de gente, en dos filas indias, paralelas, portando cada cual una especie de paraguas, con el palo verde y lo de arriba blanco, plano.
--En, tú. Toma este palio y ponte en la fila --me ordenó un negro que iba el último en la fila de la izquierda. Obedecí y me puse en la otra fila, el último. La caja del muerto y la gente, para llegar a la plaza de la iglesia, tenía que pasar por un agujero que estaba en la fachada de la casa de mi padre. Adentro, en la habitación que da al patio de afuera, mi hermana estaba acostada en la cama y me pidió explicaciones. Yo no sabía qué decirle. Entonces vi a la juez, que se acercó a ayudarme y fue quien le explicó a mi hermana todo lo que había que explicar, y mi hermana se quedó tranquila.
Después en la iglesia, la juez se puso a mi lado. Era bastante bonita y fresca, el canon griego. Después de la ceremonia la gente fue a celebrarlo a la playa. Cuando estábamos en el dique de la playa, la juez se arrimó a mí amorosamente. La llevé un trecho con los brazos sosteniendo sus nalgas y sus brazos trenzados en mi cuello. Al rato, estábamos a un borde del dique, ajenos al mundo. Pero el mundo estaba allí. Cuando le di la vuelta y la puse sobre mí, había gente por todos lados mirando. Pero no sé si me cogieron miedo que todo el mundo se fue y nos dejaron solos. Cuando ya iba a matar, le pregunté si no había riesgo de embarazo.
--Mis padres me engendraron a mí y no sé por qué no puedo yo traer a otra criatura a este mundo --dijo, y supe que era virgen.
--Este no es el lugar para preñar a una virgen --dije.

En fin, después de la radio cuando llegué a San Andrés, me fui al bar Castillo, con Thor. Al perro, como a Marcelino, no le agrada demasiado el bar Castillo, pero no protestó y lo llevé conmigo. Al fondo de la barra, Cristo, resolviendo un sudoku, y en medio Pedro el canarión y más acá el Italiano amigo de Ramón.
--...me fui y no le pagué porque no me salió de la polla --decía Cristo a Jonay, el barman--, porque somos canarios pero esta es mi tierra... ¡Cállate, Pedro! ¡No me comas la oreja! Vete pallá con Jesús... Cuando estás bueno, vale, pero cuando estás colocado...
--Es que tú eres bueno, Cristo --dijo el italiano.
--Eso me lo han dicho un montón de veces, pero no me lo creo.
Y... bueno, lo dejo aquí porque mi padre me grita desde el patio.
--Chito, baja pa que te comas la tortilla.

1 comentario:

campanilla dijo...

Hola de nuevo, hoy es una excepción, uno de los pocos días que podré acceder a esta red de telaraña que es internet. Veo que Ramón sacó la artillería pesada con toda su seducción lingüistica, cosa que me halaga y le agradezco por supuesto, pero como les digo, será un excepción en un periodo de tiempo seguramente.
Me he acordado al leer lo de Crsitiano Ronaldo, de una entrevista que le hicieron anteayer sin ir más lejos en el Larguero, --ya saben ese programa de deportes radiofónico con unos pocos oyentes más que el suyo, Jesús...-- como decía, entrevistaron a "el Brujo Pedro", oséase, el famoso brujo que tiene al pobre Cristiano lesionado.
Para desternillarse con la entrevista que en un momento dado, el presentador va y le pregunta al susodicho si no tenía miedo de que otro brujo, --portugués para más señas-- contratado por la madre de Crsitiano le contrarrestara los poderes de su vudú.
Señores, completamente surrealista, en fin, estamos llegando a unos límites de la fantochería en todos los órdenes que yo creo que es preocupante, pero mientras tanto, con brujo o no, los del Barça se frotan las manos, jeje.
Un saludo y gracias por animarme a volver, en cuanto pueda tejeré de nuevo la red para unirme a este blog de gente maravillosa.