jueves, 26 de noviembre de 2009

Dijo Jubiabá (santero brasileiro) que en el ente humano (y animal, por extesión) un ojo era el de maldad y el otro el ojo de bondad. Y añadía que debemos equilibrar la mirada. Aconsejaba Jubiabá no apagar el ojo de bondad, porque entonces nos volvemos crueles, húmedos y fríos, gente perversa. Caemos ensoñados en el fango. Pero tampoco debemos apagar el ojo de maldad, porque si lo hacemos, entonces nos volvemos tontos.
Otro hombre de conocimiento, Don Juan, el indio yaqui, decía que el ente humano (y animal, por extensión) tenía que luchar por perder la forma humana, si queremos convertirnos en seres de poder (en hombres de poder, con la palabra "hombre" añadiendo a las mujeres, pero con cierto reparo). Y uno de los modos de perder la forma humana, es perder la importancia personal. Mientras seamos egos fijados a nuestra propia imagen judicial, no tenemos nada que hacer. Hay uno de esos hombres de conocimiento a quienes esos indios llaman el nagual. Es el capacitado/a para guiar a los otros guerreros. Ataca sin piedad a quienes tiene enlazados en el camino del conocimiento. Si yo fuese un nagual, a José María Lizundia lo llamaría Mortadelo. Su parecido con Mortadelo es inexplicablemente exacto. Aunque es verdad que lo disimula con la elegancia en su vestir. Y con la elegancia de su discurso. Lizundia es un boxeador que pelea a la contra. Ramón Hernández Armas tiene otras tácticas de combate. Se siente cómodo en el barril de Diógenes y desde allí quiere hacer valer su voz contra el socrático Lizundia. Ay, estos hombres, cuándo crecerán.
Ramón H. Armas, teñido de rubio, sería el vivo retrato de Crispín, el valido del Capitán Trueno. Anghel Morales, en cambio, es lo más parecido al sargento Bazooka... En fin, dejo aquí a los amigos de la radio Tijuana, , con Antonio Curbelo tras el cristal de Alicia en el País..., y Juan Royo que busca tres días libres en un paisaje lunar, y el oyente Marcelino, y la oyente Susana la argentina, y Campanilla, etc. Este es el tiempo de los burros.

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