viernes, 6 de noviembre de 2009

Noche mágica con Marcelino. Primero en la zona lizundiana por excelencia, el TEA. Y curiosamente, aquello animado como nunca lo vimos. Sólo faltaban los travestis, con paraguas esperando clientes en los alrededores, intentando sembrar estrellas en la noche. Y el chino del bar de las amantes del emperador, contándonos las historias de esas mujeres que nadie podía ni mirar sin poner en riesgo su vida. Cien era el número que gozaba el gran hombre, en esos otros tiempos y en otras latitudes.
--El 5 es amarillo, y el 7 es negro --dijo el chino, vertiendo en los vasos un Havana 5, y nos contó la historia de Li Po, cuando dos enamoradas viajaban a su encuentro en la misma barca por el río, en busca del poeta, sin conocerse entre sí y anhelando al hombre ebrio que cantaba a la luna y a su sombra.
Más tarde, el coche viajó a San Andrés. Quedó aparcado en la muralla y fuimos a La Tasca. José María el rubio estaba celebrando el nuevo CD de Chubasco en el Ghetto. Él y otro pibe a la guitarra. Gentío por dentro y por fuera. De Las Palmas, de La Gomera... Y una chica de María Jiménez cantaba. Oh Dios, qué voz, qué maravilla. Aunque Chani se empañase en acompañar con voz atronadora, y no había manera de callarlo, y Cristo entre canción y canción gritaba:
--¡Viva Canarias! ¡Viva la mujer canaria!
Y la mujer canaria cantaba corridos, boleros, malagueñas y folías.

Como canaria que soy
no quiero que nadie manche
por donde quiera que voy
el honor del hombre guanche

--¡Independencia! ¡Viva Canarias Libre! --clamó el gentío.
--No me interesa la razón. Yo soy hombre de corazón --dijo Chani.
Y el resto de la noche, que lo cuente el lento Marcelino.

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