sábado, 5 de diciembre de 2009

Una prueba acartonada (cáp. 1)

(El sintagma del título se lo robo a José María Lizundia, de la página 195 de su libro Abogados laboralistas y pos-sindicalismo, aunque el significado de esa expresión, "prueba acartonada", lo transformo para adaptarlo a las medidas de mis limitaciones; en este cuento, "acartonada" hace referencia a la denuncia de un delito del que el acusado es culpable, pero en mayor medida, con alevosía y nocturnidad, lo es el acusador, la víctima. He oído que las leyes no contemplan la culpabilidad de la víctima, su ominosa parte en el crimen. Hay días en que me da por sospechar que víctimas completamente inocentes son las que aún no han accedido a un uso extenso y con cierta soltura de la palabra. La palabra, presuntamente herramienta de comunicación de las ideas, del afecto o de las emociones, es la mejor arma de la incomunicación, es decir, de la mentira, del finjimiento, de la apariencia... Uso, por otra parte, notable y honroso cuando las tales mentiras, finjimientos y apariencias son más fuertes y más convicentes que la vil verdad. Bien mentir es un arte que no está al alcance de cualquiera. La bella mentira caracteriza a los buenos escritores, asesinos y putas, esos oficios que Vargas Llosa dice que son los más antiguos e íntimamente relacionados (aunque cuidado, lo leí en un periódico, es decir, en una fuente dudosa). Diciéndolo yo, sería una tontería, pero como lo dice Vargas Llosa, hay que tenerlo en cuenta. Y a continuación, el cuento.)

Este cuento pensé comenzarlo con la certeza con que concluye su relato el narrador de La Posesión, de Isaac de Vega. "Soy el único hombre en esta tierra de cobardes." Sin embargo, el rato agradable de anoche en la presentación del libro Las viejas traiciones, de Armando Rivero,
me incita a iniciarlo con un poema de ese libro, de este poeta, Armando Rivero, de este pueblo de San Andrés:

Vas por ahí
maquillando tu rostro
para ocultar un dolor,
que yo no te he causado
que no tiene nada que ver conmigo.

Que Armando me disculpe, pues he omitido dos versos de su poema, para adaptarlo a la fábrica de mi cuento. El lector curioso no se arrepentirá de leer Las viejas traiciones, con una portada contundente como un verso de Carriego, en una realidad que es la antípoda de esa otra realidad que fue la noche en que Sombrita venció a Lopolo, y semejante, la portada de Las viejas traiciones, a esa otra noche en que Arcari rompió con pegada seca el estilo impecable de Sombrita. Yo tuve la suerte de pelearme, recuerdo la puerta del colegio, con un sobrino de Sombrita. Ganó él. Pero yo también gané una buena lección. Con heridas perfumadas / y cicatrices poco profundas (página 15 del libro de Armando Rivero), y con las enseñanzas de Venanceo (¿te acuerdas, Anghel, de aquel gran poeta, que pervertía con poemas a los chiquillos en la puerta del colegio, poemas que hablaban del coño de tal y de no sé cuánto, y poemas que hablaban con el ron y con los adoquines de las calles que rodeaban a la gran calle, la calle Miraflores!) me dio por querer ser poeta. Qué tiempos aquellos, mi hermano. Santacruz era el mundo. Era Nueva York. Era París. Era Londres... y Lisboa, y Senegal y Marruecos y el Sahara... Hoy la puerta del colegio Tinerfeño Balear es esencialmente la misma que la de la portada del libro de Armando.

Los bellos salones del Grupo Folclórico Paiba, en la calle Sacramento, festejaron con buen vino y dátiles sabrosos el alumbramiento de Las viejas traiciones.

"Justo cuando creímos encontrar
el límite de nuestro dolor
alguien vino y nos hizo mucho más daño"

leo, en la página 55, y regreso a la portada. Me llama la atención el rótulo de una calle. "Carrier del Pare Lluis Navarro". Me acuerdo de Navarra. Y de Santa Bárbara. Una conversación con la alemana del pueblo, que parece francesa, dicharachera y avispada, me hacen revivir momentos de seductoras lecturas en el libro de la vida. Además tuvo la cortesía, la pequeña alemana, que parece francesaa, de refrescarme la vanidad cuando se interesó por mi novela El pintor asesino. Me imaginé esa noche bebiendo en el Monterrey, cenando en La Pandorga y cantando en La Tasca con la chica de Las Palmas y el katire Viera. Cantábamos versos de Armando Rivero

Yo le daré a tu astro,
un sitio de honor entre mis vicios más retorcidos

y hablábamos de Lizundia y Antonio Cubillo. Al katire le molestaba que L. hablase de A. como un sicótico. Yo había leído el texto del blog de Lizundia, y no me pareció que L. empleara la palabra "sicótico" como insulto, sino como un elogio. Humanizaba la imagen heróica de Cubillo.



3 comentarios:

Jesús Castellano dijo...

El nombre correcto del púgil italiano que perdió el combate con Sombrita en la Plaza Toros de Santacruz de Tenerife, es Lopopolo.

Anghel Morales García dijo...

Sandro Lopopolo perdió con Sombrita en el terrero de Luchas que hay en la Rambla de la Libertad y que los invasores llaman Plaza de Tortura de Animales. Sin embargo, sólo unos meses después Lopopolo se proclamaba Campeón del Mundo en Italia ante el venezolano Morocho Hernández.
Bruno Arcari era otro italiano que disputó el título mundial ante nuestro paisano Domingo Barrera Corpas, que por cierto iba ganando claramente a los puntos nuestro paisano y casi al final hubo un lanzamiento masivo de objetos, sobre todo monedas qu dejaron KO a Corpas. Una vergüenza.
Tu eres el nuevo Venanceo, por eso Cristóbal de la Rosa te borra de los ordenadores del TEA para que tu poesía no pueda dañar a los niños que puedan entrar en tu blog. La historia se repite.

Unknown dijo...

Por alusiones. El katire puede estar tranquilo. Me refería a la psicosis no en términos psiaquiátricos obviamente sino metafóricos. Mi hermano cuando se refiere a ideologías investidas de religiosisdad, dogmáticas, y donde han quedado encerradas la nostalgia y ansia de absolutos las llama delirio o psicosis. Las creencias no son racionales. Además para hacer un trabajo sobre nacionalismo e independentismo sería cita con él.