sábado, 30 de enero de 2010

penúltimo sueño

Subía caminando a La Laguna a matricular a mi sobrina en la Universidad, para ampliar sus estudios agrícolas. A la altura de Vistabella, encontré a un amigo que me acompañó. Recuerdo, cuando íbamos por la parte izquierda de La Cuesta, un nicho, que abrimos después de subir una escalera, de las antiguas, de madera, y allí dentro dormían el sueño eterno las palabras sagradas. Mi amigo quiso meterse en el nicho para experimentar lo que se sentía allí dentro.
--Ni se te ocurra --le dije--. Las palabras muertas son contagiosas y transmiten muchas enfermedades.
Seguimos caminando y cuando llegamos a la Finca España, gente de la farándula celebraban una manifestación con varias pancartas con lemas enigmáticos. Nos rodearon y nos advirtieron que no nos dejarían pasar si no traducíamos a román paladino lo que ponían las pancartas.
El último episodio fue escalar un acantilado, lo que hicimos sin ninguna dificultad. En lo alto del acantilado estaba la Universidad, la vieja de La Laguna, animada de estudiantes y actividades docentes. Perdí al amigo de vista y vi a una amiga (desconocida en mi mundo de todos los días), de aspecto y carácter agradable. Le dije que me esperara en la oficina mientras yo aprovechaba para no sé qué. Cuando entré yo también en la oficina, un funcionario revisaba mi historial académico.
--Usted no puede volver a matricularse --me dijo el funcionario.
La amiga, seguramente curiosa, había pedido mi informe para enterarse de cosas mías.
--No soy yo, sino mi sobrina...
Hice los trámites y emprendimos camino de vuelta a S/C, la amiga y yo. Ninguna prueba que pasar, ningún episodio fuera de lo corriente. Sólo rincones discretos donde conocí el sabor a hidromiel de su boca. Supe que se estaba enamorando más allá de los límites permitidos.
--Chica, ya sé que soy un hombre ideal, pero esto no tiene porvenir.
--¿Por qué tengo yo que enamorarme de gente como tú? Siempre termino sufriendo.
En uno de los rincones estábamos cuando apareció una patrulla de la policía. La chica salió corriendo y se metió en un salón de peluquería y cerró por dentro para que los polis no pudiesen atraparla.
--Estaba usted con una peligrosa chantajista --me informó el sargento de la patrulla--. Tiene que acompañarnos a comisaría.
En comisaría también estaba declarando la responsable editorial (nada que ver con nadie real) del CCPC. Le dije que yo también había sido editor cuando viví en el extranjero (en cierto modo, lo fui) y que a veces me costaba saber si un libro valía o no la pena editarlo.
--Yo no tengo ningún problema --dijo la señora--. Aquí en Canarias, si el autor paga la edición no hay ningún problema... Así lo hacemos aquí en Canarias.
Y no sé en que paró la cosa. Creo que volví a ver a la chantajista, y me dijo que su amor era demasiado grande.
--... y esa hija de puta te va a editar tu próximo libro y no vas a soltar ni un céntimo... ¿Por qué diablos tengo yo de gente como tú?...

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