domingo, 17 de enero de 2010

policías

Descanso de la obrita que escribo para la editorial de Anghel, y salgo de la casa de mi padre y bajo al bar Castillo. Acabante de leer la última entrega del blog de Lizundia. La figura de destructor con que me narra mi amigo José María me agrada, me hace creerme Napoleón, Estalín (Stalin, pero en grafía de Agustín García Calvo), Obama y personajitos por el estilo. Pero la realidad es otra. El destructor de San Andrés no soy yo, sino el alcalde Zerolo. Este sí que se puede compararse con los grandes de la historia. Envidia que le tengo. Con su policía local, con la del actual alcalde de S/C, estaba mosquiado Carmelo cuando llegué al bar.
--Vaya, lo que faltaba, que vinieran a jodernos. ¿Sómos o no somos, Alberto? --decía Carmelo, a Alberto, el tío de Ruymán, el ex novio de mi sobrina--. Yo los mato a todos. Alberto, te voy a decir una cosa: todo es mentira.
Mientras Jose preparaba pintura negra, el padre de Jose, un pibe que trabajaba en el bar y que la Unipol cogió hace tiempo con una mochila con medios gramos y que aún cumple condena hoy en Tenerife I, la antigua cárcel de la avenida Benito Pérez Armas, entró Diego, el cocinero de Los Pinchitos, al lado del antigu0 cine, con un pollo relleno de gambas, aguacate, jamón, queso, pimienta negra... El papel alvar con que está envuelto sirve de plato comunal, y Jose, el barman, el hijo del dueño, de don José, trae tenedores y cuchillos. Excelente cocinero, mi amigo Diego.
--Lo más que sabes tú --dice Alberto, a Carmelo-- es que eres hijo de Visita.
--Es verdad --responde Carmelo--, la única que me dice, cuando llego a casa, "vete a acostarte y tranquilo" es mi madre... Oye, Jose, esto está más caro que la venta de Francisca... Ni hay dios ni nada, todo es mentira.
--Siempre hay algo --dice Diego.
Jose, el ex barman, le da pintura negra a una serpiente de piedra negra, en una de las paredes del bar.
--Yo los mato, los mato a todos --clama Carmelo, y se quita la camisa, recordando a la policía local--... Me voy pal chozo. Paso de todo. Tengo alli un vino de Taganana, y si me encuentro apurado, también un canutillo...
Mejor vino es el de la uva que pisó mi hija Sibi en Icod. Qué vino más bueno. Un vino de poder. Pura parra, Pura metafísica cuántica. Campanilla tendría que probarlo, y tú también, hombre del Sur.
En esto llegó al bar Castillo la Policía Nacional. Pero ya me voy a dormir, frente a la venta de Francisca.

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