viernes, 8 de enero de 2010

viernes mediodía (sueño del mago)

Toda la noche trabajando con una madre artificial, y cuando el mago se pone a descansar, tiene un sueño quimérico con la madre real. Resulta que la casa del mago, en el pueblo, estaba en obras. Cuando comenzó la película onírica, allí habitaban su padre, quien ordenaba las tareas a una cuadrilla de obreros bolivianos, y el mago, encargado a sí mismo de recoger vidrios por todas partes, pasillos, habitaciones y monturrios de arenas, montones de entullo, cocina, cuarto de baño, restos por todos lados de botellas rotas. Era como tener piojos y rascarse, no había manera de que los vidrios desaparecieran. Y de vez en cuando visitaban la casa la hermana del mago o la sobrina, y el pobre hombre, "tengan cuidado, no caminen descalzas, que se pueden cortar un pie, esto está lleno de cristales, y cuanto más quito, más aparecen". Donde más aparecían cristales era junto a la boca de un socavón, de unos dos metros de profundidad por uno y medio de ancho,
que los bolivianos habían abierto en la sala, junto a la puerta del pasillo, no se sabe con qué intenciones. Recogiendo cristales con un escobillón y un recogedor, el mago vio que, encorvado dentro del socavón, yacía un obrero moribundo. El mago quiso sacar al boliviano de aquella situación y casi le cuesta la vida. El hombre se revolvió con una piqueta contra el mago y casi lo mata. El pobre hombre tuvo que ponerle un pie sobre la cabeza y empurrársela contra un charco de agua que había en el fondo, y hasta que el moribundo pasó a muerto, el mago no aflojó la presión del pie. Luego, para que nadie viera el cadáver, echó entullo encima, mezclado con cristales rotos. Pero aquel hoyo tenía vocación de tumba. Cada poco aparecían muertos allí dentro, y los obreros se soliviantaban porque todos los muertos eran bolivianos. Las vidas de los habitantes naturales de la casa corrían peligro. El mago aconsejó a su padre que lo mejor era llamar a la policía. Llegó un coche patrulla, aparcaron a la entrada de la casa, y las agentes se pusieron a investigar, cuatro o cinco policías, todas mujeres. Investigar es un decir, buscaban muertos por todos lados menos en el socavón, y más que policías parecían huríes del paraíso musulmán. Todas enamoradas del mago, y reñían unas con otras para ser cada una la principal en ofrecerle cariño al pobre recogedor de cristales rotos. Las vecinas de enfrente, Domitila y Mimosa, estaban intrigadas por lo que estaba pasando en aquella casa, el ir y venir de gentes. Y aprovecharon que Carmita traía un televisor, que el mago había pedido (Carmita la del Monterrey, que en la película del sueño no tenía nada que ver con el Monterrey, sino que su oficio era llevar televisores a las casas y dejarlos funcionando). La vecinas intentaron colarse, primero de buenas maneras, y luego a las malas. No aceptaron la negativa como respuesta, y ágiles como gatos, saltaban por encima de las rejas del patio que da a la calle. El mago no daba avío para devolver a una a la calle, de la misma forma que había entrado, que tenía que sujetar a la otra, y lo mismo. Aquellas brujas caían de pie y no cejaban en el intento. Entonces llegaron otros policías, de refuerzo, esta vez chicos policías, a poner un poco de orden y seguir una investigación criminal más acorde con los métodos científicos. El mago estuvo a punto de decirle a uno de los polis dónde tenían que buscar, pero un boliviano le puso una barra de hierro en la espalda, como amenazándolo si abría la boca, pero el mago se cabreó y señaló a los investigadores criminales dónde tenían que investigar. A medida que sacaban muertos entullados, los obreros vivos desaparecieron sin dejar tarjeta de visita. La vecinas seguían con su intención de entrar en la casa. Los polis le sugirieron al mago que dejara entrar a las vecinas, pero el hombre le respondió que aún tenía que barrer cristales y las vecinas sólo querían meter las narices y estorbar. Por fin, cuando el mago pudo trancar la puerta de la calle, aún a riesgo de pillarle una mano a una y un pie a la otra, apareció su madre. Su madre, al contrario de lo que creía, no estaba difunta sino convaleciente, en un cuarto de la azotea, y recriminó al hijo de que no hubiese dejado entrar a las vecinas. "¿Quien eres tú para no dejar entrar a mis amigas en mi casa?". Y por supuesto, las vecinas entraron, furiosas y alegres al mismo tiempo, y se cortaron las pies desnudos con los cristales rotos y armaron un pleito que puso en jaque a los policías, y el mago cogió su coche y fue a comprar agua oxigenada a una farmacia donde todas las farmacias estaban cerradas, o mejor dicho, no había ninguna farmacia y además era una calle de dirección prohibida...

Lo curioso de este sueño es que, ya en la realidad normal, cuando el hombre se levantó, se lavó la cara, cagó y se vistió para bajar al bar Castillo a leer la columna de Andrés Chaves en el periódico El Día (este escritor, de prosa suelta y desenvuelta, sencillo y certero, con un humor casi poético, es quien ha dado a la figura del mago isleño una calidad literaria impecable), el mago vio, entre la puerta del patio de afuera y el tubo de la fachada de las vecinas, un reguero de cristales rotos, translucidos, incoloros como el agua.

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