Conocí a la mujer de Xiang
caliente de ternura
un poco caradura
y algo fatal.
Ven, decía, esta noche
a mi salón
que duerme el tunante
de mi marido
con un somnífero
de elefante
que puse en el arroz.
Ya puede tronar un trueno
o dos,
ese muermo no depierta
de un sueño atroz,
es hombre bueno
sólo cuando duerme.
Ven, ven, querido,
ven a verme,
a besar mi labios
a decir en el mi oído
con voz de sabio
tu tierna canción,
a golpear mi rabia
con tu rayo,
guarécete en mí
y arde en la hoguera
que por dentro soy.
Déjalo que duerma,
no despertará,
me pasé con el veneno
y en su sueño ya murió.
Ni siquiera sus ronquidos
van a molestar.
Ven, ven, querido,
y estáte conmigo
esta noche
hasta el alba,
hasta el amanecer
y mañana, antes de comer,
ponemos a ese pobrito
bajo la tierra del jardín.
2 comentarios:
Menuda mujer la de Xiang (con ese nombre ya me pongo a sudar frío), y menudo peligro. A saber lo que hará contigo cuando ya le hayas enterrado al muerto en el jardín. Lo humano y lo divino, pero cuando menos te lo esperes igual te encuentras junto a su marido. ¡Qué cosas, Jesús!
Sí, eso pensé...por lo que salí corriendo, no te creas.
Publicar un comentario