jueves, 15 de abril de 2010

jueces

Yo no estoy muy informado, pero los ignorantes --seres atrevidos-- también tenemos derecho a usar ese camaleón llamado "libertad de expresión" y hablar. Que un juez estrella termine estrellado, no deja de ser una novela con sabor a pueblo (en semántica no lizundiana del término), y que antes que se estrelle, cacareantes vidas de ex corruptos y ex cómplices de crímenes y jugueteros del buen vivir salgan en su apoyo, es suficiente para que la novela adquiera intriga y conflictos necesarios. Es lo que me dice Chani. "Tú lo que tienes que hacer es escribir algo que le guste a la gente y hacerte rico". Subíamos en el coche de mi padre a La Salud, a buscar bubangos rellenos a casa de mi hermana. Me recordó una noche en el Monterrey con un guardia civil. "Tienes que escribir mi vida y titular el libro Mi amigo el picoleto. Seguro que vendes 70 mil ejemplares y te haces rico", me dijo el civil. Sé que el hombre me estuvo buscando por el bar Castillo unas cuantas noches, pero en ese tiempo yo no estaba en San Andrés y mi amigo el picoleto desistió de querer contarme su vida. Me acordé de Paco O. y algo le narré a Chani mientras pasábamos por delante de la cartelera de los Renoir Price, donde Polanski muestra su decadencia con esa película llamada El escritor. Paco era un amigo del colegio José Antonio, cuando yo era niño y mi padre trabajaba allí, en el barrio de Salamanca, por encima de la casa donde vivió Antonio Bermejo antes de que el bosque quemado de la vida lo arrollara. Paco fue policía nacional en el País Vasco. Le diagnosticaron locura por amezar con la pistola a un superior que, según él, le estaba tocando las narices. Otros delitos, no sé cuáles (si me acuerdo, se lo pregunto a mi hermana), lo arrastraron a Tenerife II. Desde allí, mandó cartas amenazadoras a la juez que firmó su sentencia y le agravaron la pena cinco años más. Yo recuerdo los días que subía con él a su casa en Barrio Nuevo, hasta cerca de la Cueva Roja, y de camino, recuerdo a la palmera Carmen, con la que dormí algunas noches en Las Llavitas, contigua a Barrio Nuevo (ella tenía 31 años y yo 13) que algún día incorporaré a ese libro de las 1001...
En fin, creo que empecé hablando de otro juez, pero de pronto descubro que el cabrón de Thor me cogió una camisa para echarse sobre ella. Lo siento, pero voy a hablar seriamente con el perro. Otro día más jueces, y si no, mañana, a las siete de la tarde en Agapea...

(nota, Ramón abrió un blog: el bosque quemado.)

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