jueves, 8 de abril de 2010

Tanzania es San Andrés

Los ruidos en el patio parecen de fantasmas. Ya me ocurrió en El Puntero. Luego en El Parra. El mago y su cuñado. Ese es el cuento. Con muchos plátanos de La Gomera, para celebrar el sábado éste. Campanilla ocupa todas las historias. Dice Domitila a mi padre: "Mucha mujer para Chito", y tiene razón. Esta isla, con Campanilla entre nosotros, es la de Nunca Jamás. El cuñado Garfio, el padre de Peter Pan... Ramón sabe la historia. Marcelino oye, y sabe que cualquier historia es siempre la misma historia. "Lee ese cuento en Conjuro en Ijuana", dice Marcelino, "el del mamut"... El oyente no entró en la exposición de fotos en el Parque. Sabe, como Borges, que en el nombre de la rosa están todas las rosas.

3 comentarios:

Anghel Morales García dijo...

Y después bajaron el telón y Canarias era independiente.

Creo en la resurrección del Pueblo Guanche y en la Libertad de Canarias.Amen.

Ramón Herar dijo...

HISTORIAS (I)
El tema escogido para el último programa de Radio Bosque Tijuana sobre los gustos literarios, todavía sigue dando que hablar por esos mundos de Dios, en su intrahistoria particular. Eso está bien, no vamos tan desacertados: debate que suscita y que agita (eso ya es mucho). Bueno, el caso es que tampoco me quedé yo nada conforme con lo que se habló y ya venía yo rumiando algo en esos viajes de autopista abajo y autopista arriba, que es de los sitios donde más me centro últimamente (así están las cosas, qué le vamos a hacer). Pero en la tarde de ayer nos encontramos en el kiosco Numancia Estela, Juana, Jesús, Marcelino y yo, en la previa a la inauguración de una exposición de fotografía en la cercana sala del Parque García Sanabria. El Oyente saca el debate de la radio de nuevo apuntando que las historias al final son siempre las mismas, incluso se reducen a una sola, aludiendo al planteamiento de Isaac de Vega en uno de los cuentos de Conjuro en Ijuana, donde aparece un hombre luchando con una lanza frente a un mamut para darle caza (si no recuerdo mal). Las historias son siempre esa, tú frente a la bestia, y, por tanto, lo que cuenta es el tono con que lo narras; lo que diferencia un escritor de otro no son las historias que cuenta sino es ese tono con el que lleva hacia adelante sus historias. En fin, otro que se apunta al cómo frente al qué literario. Nosotros (Jesús y yo) no estábamos de acuerdo. Yo, al menos, no veo para nada que todas las historias que se hayan contado puedan reducirse a una sola, que todas las historias al final hablen siempre de lo mismo. Ese afán reduccionista, dije, ya lo veo encuadrado en un desfasado estructuralismo a la búsqueda de universales. Sí, ya sabemos que siempre se habla de miedos, de amores, de engaños, de memorias, de … de todos los sentimientos que nos atañen como seres humanos. Sí, eso ya lo sabemos, pero es que no da igual que se hable de neardentales y cro-magnones como en El clan del oso cavernario de Auel, que de pescadores del siglo XX como en Gran Sol de Aldecoa; no da igual que una historia esté bien construida, que sea sólida, que te sujete porque ves algún interés, algún misterio o algún simbolismo, etc. o que no lo sea, que sea una historia mal construida, plana, desvertebrada, sosa, nada original…
Hablamos el otro día de El Quijote, una historia acojonante (la mejor para muchos) y que igual no era ni original de Cervantes (hay antecedentes nos decía Víctor), sí pero una cosa es la “idea” de ese caballero vuelto loco por sus lecturas y otra muy distinta la historia que se cuenta al final bajo ese mismo principio, con la riqueza de personajes, sus descripciones y pensamientos, con la vertebración de sus episodios y hazañas… La idea puede que no sea original, pero la historia hay que escribirla si no quieres copiar y cometer plagio. Esa historia no creo que sea lo de menos.

Ramón Herar dijo...

HISTORIAS (II)
Juana nos habla de El hipnotista de Lars Kepler (pseudónimo), la nueva novela negra que nos llega desde Suecia (últimamente parece que todo llega de ese país, supongo que será el nuevo bestseller después de la serie Millenium de Larsson, y con esto ya más de uno estará arañándose el pecho). Según la sinopsis leída por Juana en el avión, la historia va de una familia que es salvajemente asesinada y sólo sobrevive uno de los hijos, de unos 15 años. Este chico es interrogado como único testigo de la matanza para intentar identificar a los asesinos y para ello recurren a la hipnosis por el trauma sufrido. El asunto es que durante la sesión de hipnosis él termina autoinculpándose como el asesino de su propia familia. Bueno, no voy a seguir con la historia, pero ya la tenemos ahí, funcionando, intrigando, metiendo interés… pero la historia hay que escribirla, hay que inventarla y desarrollarla, hay que trabarla, hay que llevarla hacia adelante para que siga diciendo cosas y no decaiga. Eso tampoco creo que sea lo de menos.
Naturalmente que no es lo mismo que se escriba de una forma u otra, con unos recursos u otros, con una prosa más correcta o no, más rica o menos, más culta o más chabacana. Hablamos entonces del cómo. Supongo que el Oyente se refiere a eso cuando habla del tono, y a lo que se refiere Víctor con la forma de escribir y la riqueza y corrección idiomática o a lo que se refiere Lizundia con el regodeo escritural, despreciando la historia que ha de contarse. Sí, ya sé por dónde van los tiros, la literatura que se apoya en las historias son los bestsellers y la que se apoya en la riqueza expresiva, literatura en estado puro.
Pues nada, yo con mi pobre imaginación buscaba alguna metáfora o alguna imagen para ilustrar lo que quería decir. Pero no te preocupes, Oyente, que no va de balas ni de pistolas, tampoco va de machetes, Jesús, ni de guillotinas (que estamos de aniversario), ni de nada por el estilo. Esto va de continente y contenido, y para visualizarlo más aún, de globos, nada menos.
Me imagino, pues, un hermoso globo de azul turquesa, con ese brillo especial del mar de esas playas paradisiacas o el de los ojos más bellos que he visto, cálido y sensual pero flácido y amorfo, sin posibilidad de levantar vuelo alguno hasta que sea insuflado de un aire ligero que lo llene y lo dote de una forma plena y elegante, apta para las más gráciles acrobacias. Sin embargo, ese aire fresco, ese hálito fecundo, se perdería en la inmensidad atmosférica de no tener algo que lo cuide y lo contenga, difuminándose, sin capacidad para concretarse, para exhibirse en la plenitud de su belleza. Ese aire es la historia, que se perderá irremisiblemente si no hay una forma narrativa que la contenga y le dé cuerpo. Un globo gris y sin brillo alguno podrá pasar más desapercibido que otros, pero mientras esté lleno de aire podrá volar muy lejos. Sin embargo, un globo de belleza inaudita pero falto de aire se convertirá en un desperdicio, en un derroche vano, porque jamás levantará vuelo para desplegar su verdadera gracia. En medio de éstos se sitúan, como es natural, toda la gran gama de valores intermedios tanto de colores y brillos como de presión de aire, pero la jerarquía está clara para mí. Aunque siempre habrá alguno al que le encante pinchar globos para hacerlos explotar en veinte mil pedazos.