miércoles, 14 de julio de 2010

Cables cruzados

Ya que me han puesto electrodos en las gónadas, voy a confesar, no toda la verdad. Pero haré parecer que es toda la verdad. La vida en el pueblo era hermosa porque había guerra. Te exponías a una pedrada en el barranco, a un palo en la montaña, a un puñetazo en la plaza, a una ahogadura en el mar del muelle, a una patada holandesa en el partido de fútbol o a una paliza de tus progenitores al regreso a casa, si te habían llamdo a comer y tú estabas lejos y olvidado de tu casa y de la comida. Y en la noche, cuando más a gusto estabas bajo la colcha, sin garbanzo debajo del colchón, la voz del padre a las 5.30 de la madrugada te sacaba del sueño. Ayudabas a tu padre a cortar la alfalfa para los conejos y bajabas a la parada, y por la carretera vieja llegabas a S/C, ciudad alegre entonces, y luego en otra guagua hasta el barrio de Garcías Escámez, al colegio público, donde la guerra continuaba, y hasta cantabas con gusto, por el gusto de cantar, el Cara al Sol y el Prieta las filas. El comunismo y las ideas comunistoides llegaron mucho más tarde. Y ahora he vuelto, a un pueblo que muere. Un pueblo que es una agonía, aunque eso no lo he narrado aún. Todo se andará. Y el primer recuerdo que tengo de mi madre, es que soñó con un gato, que el felino le arañaba la cara, y lo botó contra el suelo. Debo de tener siete vidas. Seguí en pie. Y luego huí del útero materno. Y luego, mi madre, vengativa, me expulsó como hijo. Útero, y una mierda. Y no cuento más, señor inpector de policía. Ya lo descubrirá, el resto de la historia, Santa Cruz, barrio de Salamanca, a su debido tiempo. Y ah, amigo Charlín, si quieres publicar tu artículo en La Gatera, borra mi nombre. Te será más facil. Y ahora, sil vous plait, quítame los cables de los huevos. ¿Vale?

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