sábado, 4 de septiembre de 2010

Canarias, en un caldero caliente

Despedí a los novios de la Revolada, que comieron en La Pandorga. Miles de aventuras me contaron, pero ninguna como la que sucedió después por la tarde noche en el Monterrey. Los novios después de comer se fueron del pueblo en su coupé, después de recomendarme la película de Lope de Vega y decirle él a Orlando, que ahora acude a la wifi de La Pandorga, que le daban asco los necrófilos, a cuenta de una celebración religiosa, con mártir incluido, esta tarde en S/c. Mártir de los que me guarden un cachorro. Por ahora me muerdo la lengua, pero cuando la suelte se van a enterar esos enterados que se creen... Lope de Vega se creía más que Miguel de Cervantes.
La preciosa y elegante novia no, de Las Palmas, pero el novio, de Tenerife, sí. A raíz de la película, su admiración por Lope de Vega daban ganas de... No lo hice porque es mi amigo. Y también está contra los necrófilos... Yo soy de Cervantes hasta los tuétanos, no aguanto al godo Lope de Vega.
--He dejado escrito veinte razones para que no hablen bien de mí cuando yo muera --dijo el novio, gomero admirador de Lope de Vega.
Cuando se fueron del pueblo, los novios de la Revolada, mi amigo, el novio, me dejó un manuscrito. Ya lo leeré, con la sin compasión que el bueno de Orlando ha estado leyendo el Llorad las damas... Bueno, lo leeré normal, sin muchas películas...
Después de cenar crías de sardinas con mi padre, bajé al Monterrey. Pasé antes por la calle Belza, a ver si veía a Orlando en La Pandorga y me contaba cómo fue la misa de marras. El difunto no me es indiferente. En vida me quedaron ganas de poner alguna cosa en su sitio y ahora tendré que esperar a que nos veamos en el infierno.
Salí de casa y paseé con pasos de don Juan hasta las cuevitas. Presiento que un día próximo tendré una pelea y debo entrenarme, que no me cojan débil. Frente a lo que fue mi hábitat los tres primeros años de mi vida, grité una oración a los dioses. Luego volví al pueblo. En el Monterrey estaba Urko el bilbaíno alterado en la puerta del bar.
Luego supe más partes de la historia. Urko se había metido con Fernin, llamándolo de todo, y un chico de Ofra, amiguete de Fernin, que estaba en una mesa con su mujer y su hijo, de un año, le dijo a Urko que no se metiera con el pibe. Urko se enfrentó al hombre de Ofra. El de Ofra cogió un cuchillo, y su mujer se lo quitó de las manos. Alguien cogió al niño y lo sacó del bar y lo retiró de la bronca, donde no corriera peligro.
Cuando yo llegué, Urko entraba en el bar y comenzó la pelea. El chico de Ofra le dio hasta que casi lo mata. La sangre del bilbaíno se derramó en el piso como el rojo en un cuadro de Kandinski. Y el de Ofra, mientras le rompía la boca y las costillas al bilbaíno del pueblo, le gritaba: --¡Español de mierda! ¡godo hediondo!...
En un primer momento pensé meterme en medio y separarlos. Pero me acordé de dos peleas en las que me metí en medio. Una fue en la dársena, entre dos hermanos del pueblo, que uno le pegó una trompada a otro y lo tiró al suelo, y yo me metí en medio, y el hermano fuerte me gritó que no me metiera, y yo le grité que yo estaba en mi derecho de no ver cómo dos hermanos se mataban entre sí. Y corté la pelea, y pedí medio ron, aunque eran las seis de las mañana y los barcos de atunes desembarcaban el pescado. Otra pelea en que me metí en medio fue en el bar Castillo. En esta salí peor parado. Era entre Chani --cuando Chani aún no era mi amigo-- y un gigantón de Cueva Bermeja. El gigantón blandió una papelera metálica del bar sobre su cabeza, y como yo estaba en medio, cuando se la lanzó a Chani, mi cabeza detuvo la papelera. En ese tiempo mi sobrina vivía aquí, y subí a casa a que me curara la herida. Un rajón superficial, no me afectó a las células del pensamiento.
Esta vez, sin embargo, desistí de ponerme a separar a nadie. Los primeros rajados fueron dos amigos con los que estaba Urko. A Urko lo aprecio, por cómo se comportó cuando el primo de Chani le tocó la oreja a Marcelino en El Castillo, y casi tuve ganas de decirle al otro, al de Ofra, que era vasco, no español, pero nunca se sabe. Cuando a un vasco le da por ser español... Español o vasco, cuando el de Ofra ya se había ido, con su mujer y su hijo, Urko estuvo rondando la zona del Monterrey, y Fernin llamó a la Policía.
--¿Va usted a denunciar? --preguntó el sargento.
--Claro que voy a denunciar --dijo Fernin.
La independencia está cercana, supe entonces, y luego se lo dije, que lo encontré, a José Rivero Vivas, a pesar de las tonterías varias en los editoriales del periódico de Pepito.

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