jueves, 28 de octubre de 2010

el llanto de los llorones

Vaya por dios, ahora cuando pienso en la experiencia profunda que tuve a los 13 años con la señorita X, intento convencerme de que fui una víctima y no un previlegiado, tal como yo pensaba hasta hoy, en que no sé cómo seguir los consejos de Maquiavelo y andar a favor de la corriente y no recorrer sino los caminos trillados. Zapatero ama a los que besan su mano izquierda, como don Paulino o la señora Oramas, canarios salvadores de la democrática legislatura. El tal Dragó no me despierta ni simpatía ni antipatía. Me importa un comino si se dejó violar por una muñeca hinchable o por una escarabaja protegida por la ley y la moral conveniente de los sindicatos estatales. Pérez Reverte es otra cosa. Un autor al que debo agradecerle la escritura. Libros entretenidos y sólidos. Y además, aunque estoy más lejos del conocimiento de causa, me atrevería a pensar que el tal Moratinos lloró hasta el rídiculo y vergüenza ajena la pérdida de lo que no supo defender como ministro, aunque no fue el único. La cobardía tiene un precio, y una imagen.

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