viernes, 1 de octubre de 2010

hospitales, manicomios y bares peligrosos

--Apaga eso. Pocos tiros y mucha habladuría --mi padre, acostado en su cuarto, con tele nueva, recién estrenada.

Peli del oeste en la tele por la tarde, oeste decandente, donde los fuertes ya no son de palo postes sino... y los personajes hablan por los codos, haciéndose a cual más gracioso. Todo tiene su principio, su fulgor, su apagón, su fin y su resurrección. Ya veremos cuando Juan Royo y Anghel Morales decidan sacar adelante los cuentos del oeste...
Por la mañana, mi padre amaneció con escalofríos y me dijo que lo llevara a urgencias. Camino de urgencias, llamaron del hospital para que ingresara el domingo. Ya estaba mejor, así que decidimos ir el domingo, y evitar ese lugar depresivo, masificado... Tampoco quiso ir a la vendimia este sábado en La Orotava. Una pena, allí se bebe buen vino y la recogida de la uva da salud y buenos efluvios. Pero a veces es mejor sacrificarse y renunciar. Estoicismo frente a un Epicuro mal entendido, hedonista, individualista, pagado de sí y vociferante contra los que no son sus amos o ídolos. El ayuno frente a la hartanza. La contención frente al despilfarro. A veces es mejor así. A veces, silencio o tiros frente a la charlatanería.

Donde no hay tiros, porque no hay pistolas, es aquí en el pueblo. A punto de fajarse un tío y un sobrino en El Castillo, a cuenta de que el sobrino dijo que la madre era superior a la abuela. No hubo espectáculo. Si lo hubo una hora antes de ese momento.
El Fatigas, según el poeta, le dio un cabezazo a Orlando y lo dejó sin sentido en el suelo.
--Orlando está mal --dijo Deivi--, de manicomio.
Lo que no contó el poeta fue que le restregó la frente al Fatiga y el pibe lo apartó de un empujón y cayó al suelo. Jose salió de la barra y, buen samaritano, con una botella de agua ayudó a Orlando a recuperarse.

Día de noche espesa. Un aire enemigo que aconseja retirarse del mundanal ruido. Aunque los efluvios del soñar nocturno no sean el jardín de las Hespérides. Mejor el despertar, y antes de amanecer la primera brisa del día refresca los poros de la piel. Bar Castillo aún estaba cerrado, pero una tropa de gente de amanecida se arremolina en esa zona de la muralla. C..., uno de los pibes, increpa a gritos a otro que está en un coche, un deportivo de gama alta.

--¿Qué te crees, que porque seas de la Unipol vas a abusar de mí...?

El del coche se precipita afuera y se lanza sobre el muchacho. Un par de tortazos. "Y ahora avisa a la policía, niñato". Los colegas que están con C... se apartan, temerosos. Los que acompañan al presunto unipol, paisano del pueblo, son los que se acercan a evitar males mayores.

--¿Me invitas a una cerveza? --me dice...--. ¿No tienes un euro ahí? --repite cien veces, hasta que ya es inútil decirle que no, que no tengo un euro.

El suelo y el parterre del laurel frente al castillo están sembrados de cristales rotos, botellas de Heineken estampadas contra el suelo. Nadie somos allí el chico de la película. El presunto unipol vuelve junto al volante y arranca, con una preciosa mujer, y se larga.

--Hijo de..., se cree que porque sea de la Unipol, tiene derecho a avasallar a un pibe... Ahí en la playa toda la noche hartándose de coca y... y ahora voy a la Casa del Mar, a que me hagan un parte de lecciones, y lo denuncio. --En realidad, adonde va es a la esquina de los fumadores, a quemar una china de costo, fumar, y procurar no morir...

--C..., tienes que aprender a andar por la vida --le aconseja un colega.


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