viernes, 29 de octubre de 2010

juicios y moscas

De pronto se vio espantosamente rodeado de fascistas. Estaba en el centro de un salón de espejos. Así le sucede también a ese cara de cagarrón, que comentó el libro del gofio. Huele el propio hedor literario y cree que procede de obra ajena. Sigan volando por esos claros cielos, principescos avechuchos sin intuición pero muy leídos. No hay autor que no conozcan. No hay disciplina que no dominen. Que vergüenza da estar en el mismo gremio, uno que lo más que vuela es un saltito, y poco. En fin, este pueblo, que es lo mío (en sentido figurado), sigue de proa al remolino. Ahora no sé qué diablos pasa con las campana de la iglesia, botín de un barco que naufragó hace tiempo en estas costas. Ahora el campanario está sin campanas, artísticamente envuelto con una lona verde. Más ingrato, incluso para un torpe estético como yo, es el barandal metálico que colocaron en la fea escalinata, frente a la fachada, para que bajen y suban los que necesitan apoyarse. En fin, quién no necesita algo en que apoyarse. Como el otro barandal, mi amigo Alberto Linares, con ganas de un juicio en el que barrunto que perdería hasta los calzoncillos. Esperemos que los lleve limpios, si se mete a oir esa trompeta.
--Está llegando la fin del mundo --decía Chani esta mañana, cuando entrábamos en El Castillo, donde Pedro, el barman de mañana, ha decidido no servirle a Orlando sino cerveza (nada de bebida blanca)--. Lo están anunciando las moscas.
No sé si la fin del mundo, pero algo está anunciando la invasión de moscas desde hace unos días. Desde la otra noche que llegó al pueblo un palmero viscoso y violento. El Castillo con más moscas que el rodar de las tragaperras, la Tijuana y la Viking, con Ivan el flaco ganando, más diestro que un chino, e Iván el gordo, aún más todavía. Cada uno en una.
--Preguntáselo a Poliana --dijo Imeldo, más calmado que la otra noche cuando le dijo al palmero, que se lamentaba por la muerte de un hijo: "Vete a tomar por saco tú y tú hijo".
El palmero portaba una seria navaja en la bota, pero no la sacó porque Chani se lo llevó al banco frente al edificio de la caja de ahorros. Fue alli donde los vi, bajo el laurel, y algo debió de decirle Chani que el palmero me llamó: "¡Compadre, ven paquí que pruebes esto"... "Dios es el Diablo!, continuó, iracundo, y sacó la navaja y se la pasó por frente de la cara a Chani. "Compadre, compadre, guarda esa navaja --dijo Chani--. Yo viví en Ofra y ya me cansé de la violencia, pero como te pongas violento..."
Violencia también había ayer noche en la zona. Violencia y moscas. Marcelino es testigo. Seguro que escribe un cuento, inspirado en la noche inefable de San Andrés y en la última noche del cónsul Firmin en El Farolito.
Al lado de todo eso, la historia del mago y su cuñado es velula. Una historia a la que nuestro amigo Anghel Morales puso broche magistral en unos pocos versos, agua de fuente, como todas sus coplas.

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