miércoles, 2 de febrero de 2011

quince minutos

--¿Cómo vas a arreglar la puerta? --preguntó Anghel.
--¿Qué puerta?
El mago tiene llave de cuatro puertas y un candado. Todas tienen problemas interiores pero pueden seguir viviendo y existiendo como están.
--¿La Puerta? ¡El programa! O es que no te acuerdas cómo se llama el programa.
-- Ah sí --dijo el mago--. Eso se arregla solo.
El mago estaba maravillado con Iván, el hijo de Anghel. En quince segundos arregló este ordenador, en quince segundos deshizo el desaguisado que armó en este aparato el cuñado. Hubiera sido un milagro que también hubiese arreglado mi error en el portatil, uno que compré en Saturno por menos de tres billetes de cien euros. Quince días trabajando la novela del antiprólogo de Lizundia. Quince días oyendo en mi cabeza la crítica de mi amigo, acertada, y convocando el espíritu de Malcolm Lowry para que la novelita tuviera una solidez, una fuerza, un flexibilidad, un brillo, que la hiciera digna de imprenta y obligara a Lizundia a replantear el prólogo. Quince días dejando aquello con más atmósfera (ozono, oxigeno y vapor de agua, sobre todo) quince días elevándola, trabajándola, describiendo Gijón con el arte descriptivo que estoy aprediendo de Ramón Herar, con la afinidad electiva del idioma de Víctor en Tijuana, con la ironía aparentemente despreocupada de Anghel... Quince días y aprieta el puto mago una tecla y el archivo se queda en blanco, vacío. Y esta vez el cuñado no tiene la culpa. En fin, lo trabajado está en su cabeza. Procuraré que me lo cuente y recomponer lo perdido.
Sobre los quince minutos de la última Puerta, la reciente balacera en Tijuana, ya he tenido noticias. No pude oírla pero me la contaron. Mis intuiciones quedaron reafirmadas. Tomo partido. Charlín se comportó como un resentido. La literatura es todo. Y Lizundia es un nagualt literario. Eso lo descubrí hace tiempo. Lo más que lamenté del episodio del bar de la ignominia, aunque dio lugar a un cuento del oeste en Canary hoy, fue que los hermanos desertaran de Tijuana. El barco quedó a merced de un chuparse la polla ingrato y navegando por una calma aceitosa. Por fortuna los hermanos Víctor and Lizundia regresaron. La nave va. No le cierro la puerta al marino gallego, pero lo que lamento ahora es la filosofía del oyente Marcelino, cuya idea es pensar que es preferible ser marino en tierra. Marino en tierra era aquel de El marinero que perdió la gracia en el mar, y ya sabes cómo terminó.
--Bonita casa va a tener tu cuñado --dijo Anghel.
Juanito tuvo que sujetar la mano del mago. Juanito con la oreja puesta oía a los contertulios bajando por las calles de un nostágico San Andrés: Pepe, Anghel, Iván y el mago, y Juanito detrás, rumbo Plazoleta-Monterrey.

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