martes, 1 de marzo de 2011

porprograma

Pos programa, me llama al móvil nuestro nahualt interesándose por el informe de los oyentes. Están en Atlantic city, esperando a las azafatas griegas. Seguro que llegaron hoy, que yo no estoy, e invitaron a los marinos del mar a las habitaciones del aire. En fin, la envidia es mala cosa, ni vive ni deja vivir. La envidia, por ejemplo, de los mierdas rateros y codiciosos, que hoy procuraron no presentarse a tiempo y me impidieron ir a un Santa Cruz que con los tripulantes de Tijuana parece recuperar antiguos sabores, de cuando El Gallito abría la puerta a los noctámbulos en la zona Noria. En fin...
Golpe de Estado jacobino o cábala del rabino, Víctor se asienta, a pesar de sus quebraderos de cabeza, en el puente de mando. Mi crítica, constructiva por supuesto, es que dejen los abstracto y bajen a lo concreto, olviden la fonología y desciendan a la fonética, e incluso mejor, al sonido. Por mi parte lo siento por el Cuervo y el capitán, que rayan blancamente con pocas cortaduras, pero sigo votando por nuestro nahualt Lizundia. El predicador fracasado, la caricutura vascongada en Canary, según él, o el profeta que habla de las ilusiones humanas, de los anhelos, de la esperanza...
--Quiero anunciarme a mí mismo que no me estoy oyendo nada --inició Víctor su clarividente español después de su ameno alemán.
El oyente Marcelino, con 38, 8 de fiebre, sentencia que la semana anterior flotaron y hoy navegaron.
--Me gustó hasta que llegaron a la necrofilia... menos mal que Lizundia sacó el remo y bogó a la contra...
--¿No haces una puntita ahí? --me pregunta Chani, que de pronto apareció aquí, en este cuarto de la computadora, como un espiritu, y no me ha matado porque no tenía cuchillo, apuntilla.
El día ha sido fructífero. Orlando me invita a una ceverza en la venta de Francisca, que no paga. En los bancos frente al mostrador, Domitila. Le pregunto por su trabajo en el Casino. Dice que trabajó allí cincuenta años.
--Estuve con la mujer de tu amigo, pero ella se fue luego a Inglaterra.
--y ¿cómo era aquello?
--Alcahuetos, alcahuetas, putas... como en todos los sitios.
Más tarde, con Chani y Beba en el Monterrey, donde Deivi me invitó a un trago.
--Me dieron ganas de llorar --le dice Beba a uno, que no conozco.
--Jesús, tenemos que ir a bailar --me propone Carmita.
--Estamos perdidos, Jesús --dice Deivi.
--Tengo que tomarme una pastilla pal ácido --dijo Chani--. ¿Te acuerdas de la venta de Domimngo, por debajo de donde están los muertos?... Ibamos al barranco --le cuenta a Deivi-- y echábamos la leche de cardón para coger las anguilas... por allí había una piedra negra, del tiempo de los guanches, para matar a los cabritos... el que mataba los cabritos sufría, porque el cabrito llora como los niños... Conocía a las cabras por sus nombres...
--Chito --llama el viejo--, pon lentejas en remojo.
Pongo las lentejas en remojo y bajo con el fantasma al bar Castillo. Animado pero sin peleas, como anoche, que al parecer le dieron una paliza a Fili.

Volaron los plásticos,
llovieron las colillas.
Un hombre se quemó

--recita Chani.

--¿esto lo tienes que decir el martes que viene en la radio?

--Sí, hombre sí.

--y esto:

Las cámaras vieron las circunferencias,
rodaron las palabras.
¡Todos los hombres muertos!

se titula "noche en el bar", y como no lo digas el martes en la radio, perdemos las amistades.

(intenté trasladar aquí un correo-e de un amigo, hablando de Sesé. Lo tendré que copiar. Mañana, si Dios quiere. Por lo pronto, las lentejas ya están en remojo.)

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