viernes, 22 de abril de 2011

Adiós, 3

Ayer pequeña bronca con el Amo.
--Vale que me tengas por un hijo de segunda fila, pero que pretendas que sea un hijo tonto me cuesta asimilarlo.
Toda la tarde y noche, hasta que se durmió, no me dijo ni mu. Quizá no le gustó que le contara un sueño en que La Tribu (en la realidad, de semana de vacaciones lejos de aquí), con él a la cabeza, me echaba a empujones de esta casa.
"Tu vives aquí", ha sido el rezado de Mirella, mi hermana biológica, cada vez que le pedí un poco más de colaboración. Ahora empiezo a percibir que quien controla el dinero debe controlar también el sacrificio de donde ese dinero procede, y uno no favorecer el menester de los asediantes. Una vez más lo más evidente, lo que todo el mundo controla a simple vista, yo tardo en comprenderlo. No, no soy un hijo tonto. Soy un tonto a secas. Por eso me enfado cuando me tratan como a un tonto. Me dan donde más me duele. Por eso me molestó que nuestro Víctor dijese el otro día que su posición en Tijuana se la debía a Curbelo y a Anghel. Que se la deba a quien quiera, tiene razón nuestro nahualt. Nadie debe nada a nadie.
--Chito, cuando Marcelino vaya a La Gomera, vas con él, que tu hermana se queda aquí --cortó el Amo hoy por la mañana el hielo del silencio.

Hoy me acordé de Víctor dos veces. Su método radiofónico me recordó el antiguo oficio de maestro, en concreto uno que también se llamaba don Víctor, que nos iba sacando a la pizarra uno detrás de otro. Ramón, coge la tiza. Hermano, contesta a mi pregunta. Jesús, bueno, qué remedio, ahora te toca a ti. Don Víctor era profesor de matemáticas. Yo a veces me defendía bien en la pizarra, porque me daba clases por otro lado la señorita Mercedes...
También recordé a nuestro Mero Jefe más tarde viendo la película Ben Hur, con Nerón tocando la lira y Víctor, en correspondencia, leyendo alguno de esos textos que lee, no por supuesto ridículo como los versos de Nerón en la peli, sino al contrario, de una elevación sublime, a una altura a la que me es imposible llegar así como así. Nerón, en la peli, quería ser celestial o demoniaco, pero nunca vulgar. Ver más allá de La Puerta que no se atreve a pasar la plebe mediana y aburrida.

He pasado al Cuarto Museo --la habitación donde murió mi madre y donde yo dormía mientras mi padre estaba batallador mundano-- el ordenador grande. Ya traté con mi sobrina el modo de resolver la patria potestad de ese ordenador. Se quejó de Orlando. En el arreglo que le hizo al aparato nuestro poeta, eliminó su cuenta celular, la cuenta de mi sobrina, única miembro de la tribu con quien me entiendo medianamente bien. (Toco madera.) Allí, en ese ordenador, la novelita del gigoló, que hubiese estado ahora trabajando en lugar de esta entrada, si mi padre, dormido, no me reclamase moralmente cierta cercanía (aquella habitación queda demasiado lejos).

Este viernes santo, El Día, de devota religión colonial, no editó el periódico. Pedro, el barman del Castillo, me pidió si podía ir al kiosco de la avenida a comprar el Diario de Avisos... "o La Opinión". Compré La Opinión. El de avisos ya lo había hojeado en el Monterrey. Leí el artículo de Jerez. No me acuerdo de qué iba. Este diario dejó de interesarme desde que borraron la firma de José María Lizundia Zamalloa. En La Opinión, en primera página, el suceso de la copa del Rey. A Pedro no le agradó que le preguntara por ese episodio. Se limitó a confirmar, con un gesto levísimo, la información de la hoja impresa.
En el Castillo, Chani de amanecida. Habia conocido por la noche a una chica del pueblo, que trabaja en Hacienda, que lo dejó prendado.
--Le dije que tenía un blog, La Flor y la Mierda... así que a partir de hoy durante cuatro días tienes que poner poemas míos... Ínvitame a una cerveza.
--Eso te iba yo a decir, que me invitaras a un quinto.
--Si hubieras venido más temprano, no sabes lo que me encontré en el suelo...
--Una pluma --dijo Pedro.
--Tú ahora sólo pon en el blog mis poemas, durante quince días...

Por la tarde, ya despierto, me invitó a un café en su casa. La procesión, con cincos imágenes, unas con ruedas y otras a hombros, rodeaba la cruz de la calle. Luego, Orlando me vio pasar desde su ventana de anacoreta y me invitó a subir. Un poco más limpio su piso.
--No salgo sino a comprar el vino y los cigarros, y haciendo un efuerzo. La comida me la trae una amiga...
Y Fernin regresa de vacío desde La Gomera. El primer día, accidente con su berlina Peugeot azul marino.

En el patio G 21. He leído dos cuentos y medio y la introducción, impecables estas páginas iniciales, al margen de que uno figure en ellas. Uno de los cuentos me átrapó una tercera parte. Otro su totalidad. Y la mitad del que queda, por puro masoquismo sigo pasando páginas. Seguiremos leyendo. Seguiremos informando. Adiós.

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