domingo, 14 de agosto de 2011

sulfuro de mercurio

--Ramón me prestó la última de Alexis Ravelo, pero la verdad es que ahora prefiero leer a Corín Tellado.
--Eso no te atreverás a ponerlo en el blog.
Seguro que no. Lo que tengo que hacer es volver a ponerme la máscara de hombre respetable. O retirarme del mundo. La máscara de hombre respetable me costó un dineral en su momento. Estoy dudando si revenderla. Quizá no. Hoy creo que me hará un buen servicio cuando esté con don Blas.
Pero vamos por parte. Primera parte, mirando la luna llena en el Club de los Negocios Raros.
--No me digas que el capitán cree que esto es una reunión de escritores. Ahora mismo le mando un mensaje.
Bueno, salvo yo que soy tan diestro curando como pintando, se podría decir que aquello era una reunión de médicos que escriben. Un especialista en circulación sanguínea y un cirujano. A este lo conocí en esta primera reunión. Y a Ofelia, que no sé si también es doctora en medicina, pero sí escritora.
--El capitán es como el cinabrio, sin él no va a funcionar la alquimia --le dije a mi amigo el doctor R, el especialista sánguíneo. Como si me oyera el capitán. Acto seguido sonó el móvil y a los cinco minutos lo vimos llegar por la plaza del mercado, y se sumó a la reunión, en una terraza amplia y cuidada con excelente gusto, con una vista al cielo y a Santa Cruz, con el reloj de la torre de la Concepción dominando el cuadro, en conjunción con la luna llena.
Tenía yo razón. Ya con el capitán en la terraza, recibido por una hermosa Ofelia, los manjares cobraron un sabor especial y el aire se pobló de ambrosía.
R, empeñado en lo bien que leo. Basta creerme que leo bien para destrozar, en este caso, un poema de Panero el loco de Mondragón.
Me quedé pal arrastre con la pésima lectura. Sin ánimos para pasar del ron a la ginebra. Y además hoy tenía reunión con don Blas. Le dije adiós a Ofelia y me retiré. Y hoy, después de un nuevo baño en la mar de San Andrés, llamé a don Blas.
--Me gustaría que viniese esta noche a cenar. Le gustará la cueva... el comedor está en una cueva. Quiero que la mire bien y que la pinte de memoria.
--¿La cueva?
--No, no sea idiota. A mi mujer...
--... no creo que sea yo quien usted necesite. En buena ley, llamarme pintor es insultar ese arte.
--Sé lo que me traigo entre manos y sé a quién necesito. A las nueve de esta noche lo recojo en La Laguna...

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