jueves, 13 de octubre de 2011

actualidades y recuerdos

Las quejas de los fracasados son patéticas. Vale que uno no tenga suerte, no tenga picardía. Porque la cosa funciona así. Trampear y engañar sin que te pillen, y tú pillar a tiempo a quien intenta trampearte o engañarte. Saber robar y evitar que te roben. Lo demás son matices. Saber a quien adular y luego, si puedes, eliminar a ese testigo molesto. Y oír aquella canción en voz y música de aquel buen y admirable progresista Paco Ibáñez: "Mira, niño, que sin dinero no vivirás".
A mi amigo GM no le falta el dinero. Su trabajo de funcionario lo mantiene a flote económico. Una vez hizo una traducción de Medea por encargo de un director de teatro, para representarla. No quiso cobrar. Traducir a Medea para él fue un placer, y los placeres verdaderos --en su filosofía-- desprecian el dinero. El director le dijo que de todos modos tenía que ingresar un dinero a su nombre en la sociedad de derechos de autor. Pero si yo no soy socio de esa sociedad, dijo GM. Es igual, tienes que ingresar aunque no seas socio, dijo el director. Cuando mi amigo, que no necesita el dinero pero tampoco lo desprecia, se interesó por cobrar los derechos de autor, le dijeron que no podía reclamarlos porque no era socio. Supongo que se quedó con la boca abierta. Luego me contó de un poeta laureado que insultó a no sé quién porque no lo había nombrado en no sé qué conferencia. Patética la queja del fracasado y vomitiva la del laureado.
Pero de lo que quería hablar hoy es del cuadro "La plazoleta". Sólo tienes aquello que das, cantaba no me acuerdo quién. Tengo ahora el recuerdo de mi primer contacto con el arte de la pintura. Tendría unos siete años, más o menos. El lugar: la plazoleta. Una pintora extranjera, una mujer menuda, sobre los cuarenta años --según la recuerdo ahora-- pintaba a una chica con una cesta de pescado. Me agradó la modelo, y me maravilló el cuadro. El cuadro estaba tan lleno de belleza como la propia modelo. La técnica era puntillista. Me asombré que usando sólo puntos de color, la pintora hubiese puesto sobre el lienzo el resplandor de la vida. Otro día tuve la oportunidad de entrar en su casa. Seguramente agradecía mis halagos. Sólo sé que estábamos sentados en la sala de su casa y hablábamos. De pronto, una vecina furiosa, malencarada, entró con estrépito allí dentro, sin pedir permiso, sin saludar. "¡Ya verás tú cuando se lo diga a tu madre! ¡Sal de aquí enseguida!", gritó. Salí corriendo, asustado. No supe defender mi reciente amistad con una pintora a la que admiraba. ¿Qué hago? Ahora veo de nuevo aquel cuadro. Veo de nuevo a la niña que servía de modelo. Los puntos de color sobre el lienzo. Hasta podría contarlos. La cara de asombro de la pobre extranjera. Era extranjera. No supe defenderla. Mierda.

2 comentarios:

el escritor escondido dijo...

Eso más que para un cuadro daría para una película, de Fellini concretamente. Saludos.

Jesús Castellano dijo...

Aprovecho para pedirte otra foto, con fondo marino. Pero me la pasas en papel. Lo de ir a San Andrés, entre unas cosas y otras...
Sí, la plazoleta, sus cambios, sus historias, la coge Fellini... A ver si te pasas por las zonas martes. Un abrazo.