jueves, 6 de octubre de 2011

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Vulgarizar lo sublime y sublimar lo vulgar. Está máxima, como casi todas, es falacia poética demagógica. Pero al igual que en matemáticas esa falacia llamada infinito es operativa, que lo sea también la literaria.
Dicen que el sublime Jérez (personaje crítico de la novela aún inédita pero ya en planchas de Charlín, el autor admirado por Gladis y por Marcelino, con portada boscosa, nada quemada pero sí con fuego, de Ramón Herar. Un acontecimiento gallego en la literatura canaria, hoy por hoy la más auténtica del mundo conocido, nuestro mundo, no el mundo abstracto y ensoñado del hermano Víctor) levanta el cuchillo contra la ausencia de escritores en la reciente jornada del Sila. El narrador Melini (con quien me une coincidencia de títulos) le contesta que un escritor no acude a un acto a menos que lo inviten. Yo no sé los demás que por allí vi (Juan Royo, Ramón Herar, Sergio Barreto, Marcelino Marichal, JRamallo, Javier Hernández, Anghel Morales, Eduardo García Rojas, etc.) pero a mí sí me invitaron. Y me regalaron libretas y colgantes la mar de bonitos. En fin, buenas tardes noches pasé en el Sila. No tan buenas como en Atlantic City pero sí aceptables, oyendo a Goytisolo y a un par de africanos más, y el documental rosa de un senagalés bailarín que incorporó a sus esposas senagalesas, a una blanca española. Dos noches para cada una. En las comidas toda la familia junta. La verdad es que a veces echo de menos a la familia de aquí. El mago y su cuñado. En fin, que no haya sido mala la vendimia este año. En Icod quedaba vino del año pasado, del que pisó Sibi. Una botella se había vuelto vinagre. La otra había acrecentado su espíritu. Vino para hacer germinar ideas etéreas. No tengo otras.
Y encontré cuadernos escolares, con principios poéticos que auguraban que yo sería un gran poeta. Lástima que haya perdido la fe. En fin, otra página para borrar la anterior. A lo mejor recupero los que aún suenan a algo, de quien fui y ya no soy, y los pongo por aquí.

Se me olvidó contar lo que me pasó el otro día en el funeral de Orlando. Creí que una mujer que había en un banco era Carmita, vecina de mis tiempos últimos en San Andrés, y la saludé afectuoso sentándome yo también en el banco. No era Carmita, sino una desconocida. Pero ella sí me conocía a mí.
--¿Es verdad todo lo que cuentas en tu libro? --Se refería al Pintor asesino.
--No, todo es mentira.
--Esto... eso que cuentas de Hanssel, y lo que dices de... y... --me emocionaba que recordase la novela mejor que yo--... y bueno, lo que quiero saber y si amaste (empleó en realidad otro verbo) tanto como dices en el libro.
--Nunca se ama (empleé ese otro verbo yo también) lo suficiente.

El fondo de los charcos se presenta mañana, creo, en la Muac. Buena suerte, criticado amigo y autor. Seguramente allí te veré, con Alexis Ravelo y Anghel Morales de escuderos. Y aunque sea feo, llevaré un libro mío que me pidió otro amigo. A ver si también lo veo. Y veo pronto su novela en estampa. La más esperada, junto con la de Charlín.

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