jueves, 20 de octubre de 2011

pinturas y lecturas

JRamallo con su ciudad de colillas me ha dado la idea de poblar con ceniceros la hipotètica exposición. Ahora Nuestro Amado Líder, acosado por un diañu (diablo) burlón, no sé si estará para camisas de rayas. De todos modos, hay que esperar. Ahora no pinto para encontrar mundos insospechados, sino para quedar bien en la hipotética exposición. Un personaje (una mujer) de Rubem Fonseca dijo que los cuadros están en declive, que el que tenga un picasso lo mejor que puede hacer es quitárselo de encima antes que baje de precio. Hoy, dijo la entendida, lo que manda son las instalaciones. Vale, pero con cuadros se puede hacer una instalación. Y seguir la moda: el arte conceptual fabricado con colores, los ceniceros de JRamallo, los cuadros que no se pueden vender, las transformaciones sobre portadas de libros... mi sueño pictórico era colarme una noche en El Prado y retocar La Meninas, y si estaba en vena esa noche, también La maja desnuda y La maja vestida, vestir a la desnuda y desnudar a la vestida. En fin, como me aconseja mi abogado Víctor, no me meto en más delitos. Pero los sueños tienen su castigo. Ahora que estoy dejando de ser el último maldito de Europa y llevo una vida monástica, no tengo ningún deseo de estropear ningún cuadro célebre. Estropeo los que no son célebres. Los lienzos vírgenes son caros y tengo que pintar sobre pintado. No me quejo. Seguramente mañana, otro repintará lo que uno repintó. Cuadros viejos, portadas de libros y revistas...
De la colección Círculo el Crimen (año 1982, 150 ptas ejemplar) cogí cuatro que tenía en una estantería, para atacar con rembrants (ya el blanco está en lo mínimo) las portadas, y en vez de pintar me puse a leer. Al final del arco iris (de James M. Cain). Un M. Cain más rosa que en El cartero siempre llama dos veces y en Pacto de Sangre, donde ya el rosa es rojo sangriento y el fondo es negro humo. Pero aquí también está el maestro, el autor que se entrega a su historia y se olvida de sí mismo. De su literatura y de su mierda. El negro Cain, al contrario que en las otras novelas, se disipa pero está. Un episodio tremendo me lo guardo, porque tiene que ver con el guión que le conté a Ramallo.
Luego intenté leer otra, pero la pobre era tan literaria, tan surtidor de figuras y requiebros, que no pude pasar de la página 10. La siguiente --no nombro a los autores, que aunque ya estén muertos sus fantasmas están por ahí, y ya tengo suficiente con los fantasmas de los vivos-- sin ser ninguna maravilla, se deja leer: la chica que parece buena que al final es mala y el detective que un primor y el marido de la mujer desaparecida y... se deja leer. Y en este momento leo La psicina mortal, de Ross MacDonald. De Ross MacDonald leí en otro tiempo La mirada del adiós. Creo que no la terminé. Esta de ahora no es que la esté leyendo, sino que me está devorando. Qué buena. Otro maestro, como M. Cain pero además poeta, poeta de verdad, de los pocos que hay, de los que aparecen no a menudo. Un poeta al servicio del narrador, ayudándole a reflejar la amarga búsqueda de un alma que ya no existe, en un paraje --alrededores de Los Angeles en aquellos tiempos-- donde la opulencia es desolación, infierno y locura. Como en todas partes de vez en cuando, supongo.

1 comentario:

el escritor escondido dijo...

El trasgu ha dejado en paz mi coche, pero me ha metido unos virus de gripe que me tienen echo unos zorros. No es momento para la lírica.