domingo, 26 de febrero de 2012

la mañana es azul

Me anima la hospitalidad de Clara, pero no sé de qué hablar con una mujer que está esperado a otro hombre y esperando que el presente invitado tenga la cortesía de marcharse.
--Antes del mediodía, tienes que irte --me había dicho--. Quedé con Eugenio, que viene a buscarme para ir a almorzar al parador del Teide.
--¿Quién es Eugenio?--no evité la pregunta.
Eugenio es un físico nuclear, un amigo que no sólo la invita a comer sino que le habla de las constelaciones, del universo, del nacimiento de las estrellas y de los agujeros negros.
No me hallo en condiciones de competir con un físico nuclear, y tampoco quiero saber qué párticulas dañinas amenazan la Tierra.
Al Teide lo cubre un ligera calima pero el día es azul, como la mañana después de carnaval en Orfeo negro.
Clara se ofrece a llevarme a La Maldad en su roda. Todavía tiene tiempo para llevarme y regresar a su casa a esperar la llegada de Eugenio. ¿Qué sentido tiene seguir robando el tiempo a una mujer que espera a otro hombre? Prefiero caminar, respirar el aire de la mañana azul y olvidarme de la perplejidad de un alma que se ha quedado vacía de palabras.
Entiendo que el hombre solo que soy debe comenzar a cruzar el Lago de la Luna. En la otra orilla --me dicen-- está mi fuerza, y recuperarla es bogar duro. Bogar o fenecer. No hay otra opción.

Se acabó el carnaval,
Orfeo negro,
y a veces es más triste
el azul de la mañana
que las sombras de la noche.

(María, desde el Sur, me manda un libro de insultos. Me vendrá bien para lo que presiento que se avecina. Un viaje tengo pendiente al Sur, y agradecerle a María que siga acordándose de este hombre con crisis creativa.)

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