lunes, 2 de abril de 2012

lectura de una vieja gloria

A cuatro páginas de terminar Cucarachas con Chanel y a la mitad de Mujeres con gafas de luna, me detengo, abro un paréntesis (dos autores los de estas novelas que obligan a uno a pararse en seco aquí y allá y digerir la contundencia de lo leído antes de continuar leyendo. Leer y comer podrían ser sinónimos en una cábala que aún no conozco) y abro uno de los libros de obligada lectura si quiere uno pasar al siguiente curso de esta carrera sin título, y menos mal, donde el príncipal examinador es uno mismo. Madame Bovary (con V la segunda B, según me corrigió Juan Royo). Me interesó conocer este libro cuando vi aquella película mexicana (hace tiempo pasada en el TEA) basada en los últimos capítulos de la novela de Flaubert. Luego el azar subrayó esa obra (una Madame Bovary teatral que pasó por el Guimerá). La trama de la peli era el de una mujer casada con un vulgar nadie comprándole unos zapatos (con un dinero que ya no tenía) a un amante que ya estaba agobiado de sus abordamientos y que la mandaba a freir espárragos. Los zapatos terminaron en los pies de un viejo baboso que aprovechó el trauma de la infeliz mujer para llevársela al huerto. En Madame Bovary novela, el lector debe pasar por un amplio territorio de aparatajes fotográficos antes de que la cosa empiece a moverse de verdad. Ahí he llegado. León, el primer aspirante a amante desaparece y en su lugar asoma un tal Rodolfo. Hay un conato de esperanza, en la consideración de Emma, en relación con Carlos Bovary, cuando este opera a un chico de un pie, con un éxito inicial que pronto se transforma en estrepitoso y vergonzante fracaso. El desprecio de Madame por su marido se convierte en odio. El capítulo donde se narra todo esto es de un humor negro, cruel. Imposible, a menos que tengas el corazón congelado, no sentir alguna piedad por el pobre médico. No la tiene su esposa. Aquí empieza la auténtica novela moderna. (Seguiré informando, si hay suerte y salud.)

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