miércoles, 13 de junio de 2012

miedos

Que quieran pintarte como quieran es un derecho ciudadano. Que intenten influir sobre la gente con la que quieres estar para que se aparten de ti, es una bajeza, aunque la cometan elegidos de los dioses. Quien me hace daño a mí, que lo disfrute. Quien hace daño a la gente que quiero, no se irá de rosita si pierdo el miedo este idiota a quedarme solo. Hace ya tiempo que estoy en guerra contra el miedo. El primero que sentí fue a los tres años, en la cueva de la playa de Los Trabucos (donde hoy está la dársena pesquera), mi hábitat hasta entonces. La montaña del ojo me pareció un monstruo horrible y no había por donde huir. Al lado de esa montaña a una hora maldita, los cuentos de fantamas que caminaban de noche por Jagua me parecieron inocuos. El segundo miedo, más grande y peor, fue a los siete años de edad. Murió un tío abuelo y por la noche soñé que, después de hablar como si tal cosa, se convirtió en una bestia y se arrojó contra mí para devorarme. Desperté con pánico y me refugié junto a mi madre en su cama. Cuando ya me sentí seguro y tranquilo, saqué la cabeza al aire y en la puerta de la habitación estaba el hombre. Su sonrisa era aún más pavorosa que su transformación en bestia. Quizá estos miedos me salvaron de situaciones en que mi vida corrió peligro. Una noche un individuo loco levantó un hierro para golpearme la cabeza. No tuve miedo. La ausencia de miedo desarmó al alterado. En otra ocasión, un gitano en el baño de un pub me sacó una navaja y amenazó con clavármela. No tuve miedo. Le dije que lo hiciera. Bajó la navaja, la guardó en el bolsillo y me invitó a un material que llevaba en la cartera. El resto de la noche lo pasé con el gitano. En otra ocasión, un facista militante nos llevó a su casa a un amigo y a mí. Yo le caí simpático pero el amigo no. Se empeñó en que era judío que se estaba haciendo pasar por nazi. Y sacó un machete para cortarle la cabeza. Lo convencí de que no era judío y desistió. Sí era judío, pero le gustaba jugar con fuego. Pero en medio de todo esos acontecimientos, sí hubo más miedos. Miedos atroces que no me han dejado vivir. Ahora tengo miedo de perder a quien quiero, miedo de no poder estar o tener si me necesita. Pero no tengo miedo a los que intentan malafamarme o inventar falacias. Contra esta gente no tengo miedo. Tengo asco. Y esta noche no me deja dormir haber tenido consideración, a veces interesada, por miedo a quedarme solo, a personas que hoy me revuelven las tripas. No tengo amor ni dinero apreciable. Y hasta final de mes, si no revienta el Estado, estoy a dos velas. Y esta mañana soñé con un electricista y por la tarde se volvió a ir la luz. La luz de una casa que no he podido convertir en hogar. Una casa donde los fantasmas gimen de noche y hasta por el día oigo sus pesadumbres. Ya no les tengo miedo, ni lástima, pero a veces agobian, y más cuando el agua que se filtra de la casa del vecino no cesa y la luz se va y así hasta conseguir algo de dinero por si me hace falta el servicio de un profesional. En fin, el Conde Lucanor también lo pasaba canutas, hasta que miró detrás y vio que otro iba comiendo las cáscaras de los chochos que el arrojaba. Otro día contaré por qué prefiero sobre otras épocas, la obra medieval. Porque todo hay que decirlo, aunque el que no quiera oir nunca oírá ni una sílaba. Mejor. Y la noche avanza. Jueves 14. Y el viernes empieza aquello de la plaza España. Y el sábado me temo, qué miedo, que alguien pegado a mí, yo mismo, se quitará la máscara. Las farsa que dure poco. Más tiempo es un drama, o un melodrama.

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