domingo, 26 de agosto de 2012

dignidades

--¿y no lo mandaste a la mierda?... ¿tú no tienes dignidad?
--No, no tengo. No uso ese papel higiénico.
Es más, huyo de la gente que presume de dignidad. No me interesa esa gente. Apesta. Sólo me interesa quien tiene palabra verdadera y cojones. Y las palabras verdaderas no son bonitas. Dejé la discusión, dije adiós y me fui a San Andrés. Allí hay mucho digno que te viras la espalda y cuidado, como en todos los sitios. Prefiero La Maldad. Quizá no conozca ni la mitad de la misa, pero la gente de La Maldad tiene sangre en el cuerpo, y no mariconadas. Sin embargo, algún amigo me queda en San Andrés. Chani. Esta vez acudo de detective de tres al cuarto. Investigo un robo. En realidad, no investigo nada. Sólo los ladrones son robados, solo los chivatos son ajusticiados, sólo... en fin. Me asomo a la ventana frente a la cruz donde una noche de cristo crucificado un trompestista desafinó y se echó a llorar. Pobre. No tenía que haber tocado la trompeta. Pero se hizo el valiente y la cagó.
--¿Qué, no invitas a un café?
--Yo no me levanto del sillón. Entra y te lo haces tú... Joder con la tele, no echan más que basura... Joder, no me digas eso... vamos a ver si va a ser... A Antoñito España también le robaron... tanto presumir de cadenas de oro... ahora ya no presume... ¿Sigues yendo por el brujo?
--Cerró el negocio... lo tenían agobiado... el abogado Felipe Campos lo puso contra las cuerdas... Mejor, no tenía sino multas por todas partes.
--¿Y Marcelino?
Le cuento aventuras de Marcelino.
Y al día siguiente (hoy domingo) dejo recogida mi casa y voy a donde está la niña y la señora mayor que tengo que cuidar. Buena gente. La niña curiosa, la señora también.

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