jueves, 2 de agosto de 2012

Los personajes, según el sabio Aristóteles, deben tener pocos rasgos distintivos. Y si son psicológicos, menos. En el político I. G. su andar de la perrita estriba en acusar a otros de los propios defases. Es un maestro, si te roba, te acusará de ladrón. Si te mata, tú eres el asesino. En el poeta I. G. (ninguna relación personal entre el poeta y el político, salvo la coincidencia en las iniciales de sus nombres) el rasgo psicológico (entendiendo psicología como modo de actuar inteligente, solar) es cero. Domina el rasgo emocional. Es pura luna amontillada. La emoción de su palabra abarca todo el universo. El dílema es donde pone las comas. Este dilema me lo resolvió el otro día José Marrero.
--Las comas de I. G. no son gramaticales, sino emocionales --dijo, y yo recordé El rejo de la máscara, donde las comas sí son gramaticales.
El político I. G. no tiene ese dilema de las comas. La diferencia entre el poeta y el político de mi cuento, reside en que uno es místico canario --de la tierra del guanche Hermano Pedro-- y el otro es un rico canario, no invistigué aún de qué tierra. Estoy informado de que está entre los ricos de la política. Ahora con Clavijo, ese buen mozo alcalde lagunero, al frente. Y Cristina Tavío, abajo en Santa Cruz, supongo que esperando órdenes. En medio (lo pondremos en Vistabella) I. G. Le supongo poseedor de una virtud política rentable. Nada que ver con el detective Edipo, que buscó al asesino de su padre y el asesino era él.
La obra Edipo puede estar muy bien en el cuento. Por ejemplo, representada en el Guimera, a la que acude I. G. por compromiso. Ya tiene bastante teatro alrededor. Estudia un viejo papel, el de demonio que quiere vestirse de santo. Doble moral. Lo clásico en política. Hacer ver que el Emperador está vestido. La vieja figura de predicador de la castidad en el púlpito público y maestro promiscuo en la sacristía privada. Mentiroso cuando habla en serio y verdadero cuando habla en broma. Todo esto son conjeturas ficticias. La misma ficción que me hace ver a mi personaje con la mano derecha tendida públicamente al esperanza guanche Clavijo, y la mano izquierda, haciendo política en la sombra, tendida a la guanche con síndrome de Dácil a quien el alcalde Bermúdez le está quitando el reino de San Andrés, la patria de José Rivero Vivas, Orlando Cova, Chani...
En el cuento, interesa el papel de padre que adopta I. G. para conquistar el favor político de Cristina. No quiero entorpecer el cuento con una paralela historia de amor, o amores cruzados. No es un cuento de amor. Más bien pienso en Yago, el personaje de Otelo , a quien Otelo cree su amigo y es en realidad su más mortal enemigo. De todas formas, ahora caigo que Yago no es un político puro, impecable. No hunde a Otelo por deseos de poder sino porque el moro, antes de conocer a Desdémona, pasó por la piedra a la mujer de Yago. No, el I. G. de El día que me enamoré de Cristina T no es Yago. Tampoco es Otelo.
Hasta que llegó Marcelino a La Maldad (no tengo muchas visitas) pensaba poner a Martín como jefe de la Academia Chitoski. Que en la realidad del cuento es una falacia. Una pantalla que oculta un negocio de espías. Soldados de fortuna. Martín el prosista y Jose el poeta. I. G., interesado en conocer aflojaduras y desconches en el entorno político, contrata los servicios de la Academia. (La idea de que la Academia sea una tapadera, viene del

--Jefe, le quedan tres minutitos nada más...
--¿Media hora me puede dar?
--No, media hora no puedo, porque están todos estos no funcionando y... quince minutitos nada más...
Hora de cerrar el kiosco. Me espera, diosmediante, Valleseco playa. Que sea para bien. El baño y la continuaación, otro día, de cómo se fabrica el cuento El día que me enamoré...
próximo capítulo: COMO LA VISITA DE MARCELINO ACLARA LA TRAMA DEL CUENTO, AHORA MÁS PARECIDO QUE NUNCA A "LA BELLA Y LA BESTIA".


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