jueves, 2 de agosto de 2012

sigue la fábrica de un cuento

... está sacada de la Academia del karateca Baena, que tenía el chalet privado como complemento del tatami público. Otra vez lo público y lo privado. Lástima que Agosta no haya pasado por la escuela DE KARATE. Hubiese animado un poco más la escasez de llaves. De todos modos, como El día que me enamoré de Cristina T no es una historia porno ni erótica... En fin, que pensaba esto y lo otro, hasta que llegó Marcelino. Me hizo el cuento, real, de uno que fue contratado por I. G. para que le diese clase particular a su hija, pero sobre todo, para que ejerciese de padre, porque él, el padre biológico, estaba tan ocupado que no tenía tiempo para hacer de padre.
Sobre los dos sujetos públicos del cuento, he investigado algo, por encima. Cristina Tavío tiene un blog. Dicen que se lo escribe un negro. Me deprimió leer ese blog (nada apropiado para una heroina), ramplón y plano. Debería cambiar de negro. Yo no me ofrezco porque estoy planeando ir a Lanzarote y ofrecerme a Zapatero, que quiere ahora escribir un libro.
De Ignacio González, lo más notable que recopilo es que un día un tal Manuel Fajardo (del Psoe) lo llamó, según el propio Ignacio: "excelentísimo estúpido". Otra cosa que me llamó la atención fue otro hombre a bordo del CCN, un tal Benito Codina. Interesante elemento. La B es una fuente de conflictos en nuestro cuento. Bankia, Baena, Barcelona, Balayo... Benito habla bien, se defiende en los discursos, es bien parecido Benito pero no tanto como el alcalde Clavijo.
En fin, que el relato de Marcelino me acerca aún más al cuento de La Bella y la Bestia. Aquí la hija se ofrece a servir de compañía a la Bestia para salvar al padre. En el nuestro, el padre es quien facilita a la Bestia el acceso a la hija. Lo tendré en cuenta.

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