viernes, 19 de octubre de 2012

días de otoño

Días de otoño, con oro del que caga el moro. Manifestaciones pintorescas. Quienes de verdad lo pasan mal, no están ni para manifestaciones. Críticos que se quedan en la cáscara de lo que hablan, nombres de autores, moscos que parecen puertas cerradas y naderías con palabras rimbombantes de hoy igual que ayer y lo mismo que mañana. Yo no tiro piedras, estoy entre ellos, por eso sé lo que hay, más o menos. Como no tengo tele (ya se me pasó la fiebre de Karima y Gabriel; y una tal Gabriella, graciosa al principio de nuestra relación, parece haberse convertido en un analista político o literario pero en versión herencia descafeinada de la teosofía del siglo XIX) y el periódico que leo en el bar de Ibrahim no es el adecuado, no me entero de los detalles de nada de lo que pasa en el mundo. En la mesa del comedor, libros que me regalaron (su destino era un contenedor y se acordaron de mí) y que me tratan peor que Gabriella, que ya empiezo a sospechar que su relación conmigo es porque yo pasaba por su calle, como si hubiera pasado otro. A ver cómo cierro ese ingrato vacilón y la mando a freir chuchangas. Mujer que te miente, vale, te alejas della porque la psique no está para correr demasiado riesgos, pero mujer que está contigo porque no tiene mejor a mano, tampoco es plan, y menos si su charla de café o no existe o camina por nubes repetidas. Todo lo que se repite, aunque sea de primera calidad, termina por provocar hastío. En fin, entre esos libros, un par que tienen su interés para el menester en que, a falta de otro entretenimiento, me he metido. Uno, un estudio (publicado en 1960) sobre la obra completa de Emeterio Gútierrez Albelo (autor que ocupó, en su tiempo, el interés de Alberto Linares, con resultados a tener en cuenta). La obra es un grato hallazgo. Rompe con el tópico de que el gran Gútierrez Albelo se hizo pequeño después de la guerra civil. En este libro (ya diré autor y demás datos), se defiende que la gran obra de Emeterio es la que escribió en los años del hambre (creo que él, niño litre --según la investigación de Alberto Linares--, no pasó esa hambre). Otro interés es el repaso que hace el autor de poetas canario que hoy no sé si tendrán su nombre en alguna calle, pero que yo sepa no se acuerdan dellos ni sus herederos. Daré noticias, Dios mediante.
Por lo demás, descanse en paz Silvia Kristal. Y continué viviendo, en el corazón de las lectoras canarias, la señorita Anastasia y sus cincuenta sombras. ¿Quién da más?

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