miércoles, 28 de noviembre de 2012

en la novela El corsario de Lanzarote

Gabriella intenta venderme la moto para llevar sobre ruedas la hecatombe. No sabe cómo sacarme el dinero. Le digo que no lo tengo, pero venga y dale. Como un cura. Como un tonto ciudadano de la gleba de los nigromantes. A buen palo se arrima. El otro día recibí un dinero y perdí un libro. Un libro prestado. Nada, a gastar lo ganado y comprar el libro, y encima para devolverlo. Pasé por Agapea y lo pedí, El corsario de Lanzarote, y no lo tenían --Caixacanarias no distribuye, te da el premio honórifico, el dinero del premio, guarda los libros no sé dónde y ale, amigo, sigue escribiento, tú vales. Fui por Agapea antes de la radio y no lo tenían. Compré otro, Herreros y alquimistas, por si el prestamista de la novela de Francisco Estupiñán Bethencourt se conformaba con el cambio, pero no, hay que pedirlo y esta vez iré a Ifara, yo sé por qué. Y porque es un librería que me trae recuerdo. Iba mucho por allí cuando mis amigos Bencomo vivían en frente. Juveniles tiempos de Hogar Católico, donde fui Bibliotecario por un día. La primera adquisición fue la biografía de Lutero. Me echaron. Me fui y no volví más. El corsario de Lanzarote el prestamista me lo dejó la noche blanca de Laguna, y el martes iba a devolvérselo durante el pre-programa en el bar de la ignominia, donde el tonto del pueblo está ahora con el creciente alcalde Bermúdez. Esa misma noche del viernes comencé a leerlo. Lo leí con gusto. fue mucha más que hacer la tarea para recibir ál autor en La Puerta con la debida cortesía de quien ha leído el libro y no despacha autores como churros en la recova los domingos.
Mi relación con el conocimiento de la historia antigua de Canarias data de hace unos cuantos años. El editor Cándido Hernández vio negocio en esa mina. El editor me nutrió de libros muy buenos, en especial el de Fray J. de Abreu Galindo. Mi cometido era hacer segundas manos, trabajo en el que tengo experiencia que comienza en editorial Júcar: El viento entre los sauces (autor inglés que lamento no recuerdo nombre), Los Fugaos, de Gómez Fouz (donde conocí como se las gastaba Santiago Carrillo) o la novela autobiográfica de Jim Thompson, en la que tuve que recurrir a una amiga catedrática de inglés para que me desvelara pasajes que el traductor (un aprendiz de lengua inglesa) había dejado ofuscado. Como el intento de Cándido de comerciar con la historia antigua de las islas quedó colgado, dejé ese trabajo que me gustaba. Esa antiguo placer que me dieron las páginas de Abreu Galindo o Fray Espinosa, al que un probo y listo ciudadano llamó ese curita, lo he recuperado, amén de la curiosidad, con El corsario de Lanzarote, de Francisco Estupiñán, reciente Premio Benito Pérez Armas. En ella cuenta, en forma de crónica, nacimiento, vida y vejez de Agustín de Herrera y Rojas, sucesivamente señor, conde y marqués de Lanzarote... La estructura de la historia está muy bien montana. Dos cartas enmarcan el condute de los amores y ambiciones de don Agustín. Son de su hermanastro no muy legítimo Francisco Sarmiento. El reproche de la carta que cierra la novela, es un guantazo al honor del que nació señor y murió marqués. Faltó a su palabra. Hecho ignominable en un caballero, más que el adulterio con Bernardina, la esposa del cornudo en esta novela. Tal como la leo, don Agustín dejó de ser hombre medieval para pasar a ser hombre moderno cuando casó con doña Inés, once o doce años (?) mayor que él. El padre de Inés fue el primer señor corrupto de Adeje, si es que luego hubo más corruptos en este menceyato.
No tengo tiempo de relacionar esta lectura con la de Rojo y negro. La hipocresía comienza cuando Agustín deja de ser noble señor y se convierte en vil comerciante. Que se acostara con la mujer de un tímido comerciante genovés era lo de menos. Lo grave era la familia de la adúltera, a quien Agustín Herrera calló la boca con favores monedados y otros. El Amor y la Ambición, como en Rojo y negro, también se cruzan con malos pasos en El corsario de Lanzarote. Aunque en la novela de Estpiñan más que Amor lo que hay es un amimal follador que hubiese hecho las delicias de Anastasia Steelle. Polvos del hombre se narran los que tuvo con la mosrisca o mestiza (como perdí el libro, imposible comprobar el dato) con... Bueno, a ver si lo cuento mañana o pasado o cuando pueda. La hora llega a su fin.

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