jueves, 22 de noviembre de 2012

reslidad y sueño


"Intentaba saber el sentido que tienen los hechos, pero lo único que encontraba es que los hechos no tienen sentido". Esto decía más o menos el héroe de una vieja película. Lamento no recordar ni el título.

--... te bajaste ls pantalones.
--Eso es una cosa bastante fea. ¿Cuándo me bajé los pantalones?
--El día de Caramilla...
--Caramilla no se portó bien conmigo. Le hice un trabajo de gratis y a la hora de celebrar el resultado, invitó a otros con más alcurnia y a mí ni por ahí te pudras. Y aquel día se lo había advertido pero ella quiso meterse donde no la habían llamado.
--Y el día de Sinforoso, ¿qué?
--El día de Sinforoso yo no estaba. Eras tú el que estaba...
--Y la noche de...
--Aquella noche Jesús se portó como un caballero --"no como lo que es", hubiese añadido mi admirado Cantinflas-- mientras el otro se portaba como un energúmeno --tercia mi amiga..., bella a la que parece no importarle mi aspecto de bestia sin afeitar y etc.

La dialéctica deriva de lo personal a lo histórico: si Canaria fue o no fue una colonia. Él dice que galgos y yo que podencos, pero yo no soy experto en historia insular, sólo pregunto basándome en nimios datos que uno va oyendo por esos mundos o ha leido en algún que otro libro. Era el día de la presentación de la novela de Francisco Estupiñán. Un día con presagios favorables. Primero, bajando por el gran puente, me vio Rubén Díaz y caminamos juntos hasta donde está la sede del partido de Ignacio González, partido donde al parecer la palabra no vale ni un pimiento. Luego, mientras tomaba una cerveza en el bar de la oriental sonriente, apareció Eduardo, que era quien presentaba la novela de Estupiñán, a quien invité a un vaso de Sifón y no dejó ni las burbujas. Y anteriormente a todo esto, hablé por el telefonillo con Jose --tiempo desaparecido-- y con Clara, que me anunció que nos veríamos el viernes y que me tenía reservado un regalo. Me dejó con la curiosidad.
Pospresentación, encuentro y plática con Agustín Pacheco. Y luego bajamos al Malavida, con los pantalones puestos, donde tuvo lugar la conversación arriba anotada. Rubén, al que volví a ver en ese sitio de la calle El Clavel, nos invitó a una ronda para que hoy asistiésemos al recital del poeta Carmona, con quienes ambos los dos, mi amigo interlocutor y un servidor, pasamos hace tiempo un buen rato en San Andrés, también con los amigos Chani y Orlando paz descanse.
Pero de lo que quería escribir en esta hora de ordenador en... es un sueño que tuve una de las noches de la semana pasada y cuyo significado creo haber descubierto la tarde que estuve en el Estrella de Sagitario:

No encontraba en el listado las casillas correspondiente a los kioscos ¿? de la calle El Castillo (hacía uno de los trabajo que hice en el periódico, el que narro en El libro del cuervo). Decidí abandonar la labor por imposible y bajar al periódico.
Portaba una maleta que me incomodaba cargar y que no pude dejar en un sitio que yo creía abierto, pero estaba cerrado. Tuve que arrastrar la maleta hasta los almacenes del periódico. Cuando llegué allí, ya no era una maleta lo que tenía en la mano sino un libro. La vieja Zarito (ver Libro del cuervo) estaba allí dentro esperándome, y próximo a una de las paredes del almacén, una hilera de montones de ropa, guardando entre ellos una misma distancia, con forma de zigurat cada uno, como si la zona hubiese sufrido un temblor de tierra. Zarito me dijo que dejase el libro sobre su montón de ropa, enfrente de mi a mi izquierda,  y que recogiese de allí algo valioso que yo no acertaba a ver ni a saber qué era realmente.

Continuaré mañana (supongo), con el analisis, doctor Freud.

No hay comentarios: