viernes, 14 de diciembre de 2012

caballo blanco

Juan sembrador de nubes sobre las cumbres norteñas de Venezuela, Juan rompiendo con su concha el cielo para dibujar en fuego la Mitra gloriosa, el encando divino, el supremo atributo que señala a los peregrinos el lugar exacto del Palacio Encantado,
 (Tristeza sobre un caballo blanco, de Alfonso García-Ramos, Idea)

Sueño con un cuñado que esta vez, en lugar de perros, llena de gatos una casa, todos negros... Así me desperté hoy, con ganas de contar el día de ayer, Jueves 13, entierro del cuerpo de Antonio Cubillo.
La mente se me ha ido llenado de héroes a lo largo de la vida. No sé, puedo ahora nombrar a unos pocos, el Capitán Trueno, el castigado Fideo (al que siempre Goliat lo amarraba a un árbol para que no tocara la lira), Carpanta, Gustavo Adolfo el poeta de vendrán las oscuras golondrinas, Isaac de Vega, Antonio Bermejo... No sé si héroes lacayos de esta ciudad lunar o simples machangos en un país de machangos...
--Cubillo fue un machango --me dice mi amiga mientras cenamos en el chino de..., con otro amigo invitado de piedra que hace que come y no come, hace que bebe y no bebe...
Mi amiga, como diría Antonio Bermejo, habla con el sonido de la verdad. Además en su vida, tuvo que sufrir a alguien machango y abusador, que se envolvía en la bandera de las siete estrellas (no, en el funeral no cantaron bandera tricolor) para tapar con gracias patrióticas sus barrabasadas.
Bueno, como diría Rubem Fonseca, estoy poniendo el carro por delante de los bueyes. Empiezo por el principio.

Me levanté, me bañé... pasé por el bar de Ibrahim. Leí en El Día un artículo de un independentista que mostraba no sé qué desacuerdos con Antonio Cubillo. En los desacuerdos importantes, ya no me caben en la memoria más que los de González Jérez y Anghel Morales. (Y casi secretamente de acuerdo con él pero no lo digo en voz alta, lo que Eduardo ha escrito en El Escobillón). Ya no me caben más. Y entre el afecto al hombre, me quedo con las palabras de Andrés Chaves y la valentía de Cristina Tavío. Casi todo lo demás es literatura, literatura sin el sonido de la verdad.
De los detalles del dia de ayer recuerdo ahora, en una calle de amplias aceras, con jacarandas,  una caja con pinchos morunos, en la acera frente al cerrado Centro Municipal de la Mujer, palacio de Coviella (esta información se la debo a Juan Royo), donde se sebaba un embadurne de moscas verdes.
(--Calle Francisco Aguilar.
--Fue un pintor --me dijo Juan.)
Más allá subo por Simón Bolívar, hasta que que llego a su parte sin salida.
Ya por buen camino, me llama Ramón. No, no estoy en La Maldad. Lástima, empezar el día con Ramón es señal de buen rumbo. Me paro en una zumería llamada Galápago y pido uno de naranjas. Espanto a una de las moscas, que abandonó los pinchos morunos y decidió acompañarme. Paso por Chamberí, subiendo por la acera donde está un puesto de perritos calientes donde una vez estuve Llego al puente del autopista...
--Venga, mi niña, cuando llegues me llamas --se despide una mujer de una amiga.
En este lado de las fronteras de Santa Cruz, el bullicio de coches se nota visiblemente. Pienso en el nuevo cuadro de la tópica vista de las montañas de Anaga y el puerto, con el tramo de autopista, triangulo negro con el vértice superior en una zona áurea. Tonterías. No me quedan ganas de ir con un lienzo a ese puente y ponerme a hacer el toti.
Entro en la zona del cementerio. Paso por el kiosco bar (no sabía que había un bar en el tanatorio, donde hubiera visto a Candido Hernández, Agustín Pacheco y otros viejos amigos). En la música enlatada suena

dejaré mi tierra por ti...
me voy pero te juro
que mañana volveré...

Aprovecho que queda tiempo y busco la tumba de Estanislada Díaz y Díaz, tía de mi padre. Me fijo en la tumba ORAMAS TOLOSA, porque una mujer joven de buen ver parece susurrar una oración, de pie frente a la tumba, con una botella de Fonteide en la mano izquierda. Más arriba otra tumba, con hierros de artesanía, dice que ya nadie la visita. Un teniente coronel de caballería que murió el once de marzo de 1917.
Llego al nicho 767 del barrio de San Jorge.
Pregunto a dos mujeres que están limpiando una lápida dónde está el tanatorio. No hacía falta preguntar. Estaba oyendo su conversación y quise hablar con ellas.
--Ay, de allí vengo yo ahora y casi me da un yuyo... parecía que estaba dormido, con su corbatita, bien arreglado, yo lo conocí en la tele, que iba en silla de ruedas...

En el funeral a quien primero vi fui a Servando. Hacía tiempo. Él estaba a la guitarra la noche de Grupo Salvaje en la Plaza Toros (El Pota a la batería, Toño en el bajo, Ramón con la flauta y Roberto cantando arriba a arriba, arriba iremos, con la misma música que ayer despidió los restos mortales de Antonio Cubillo), el mismo recinto donde años antes Sombrita ganó a Lopopolo.
Demasiados recuerdos en un presente que no admite moviolas.
 --El siguiente paso, como decía Juan Matus, es lanzarse al abismo --dijo Servando.

*
En la Malavida, juré no ajercer más de noticiero. Koliac está previsto más tarde, en enero, me dijo Rubén.
Al final del recital, las tres poetas cantan

al partir, un beso y una flor
una sonrisa y un adiós...

--Qué te parece la canción? --pregunto a mi amigo...
--Una buena manera de salvar un recital.

Lo de la cena en el chino fue después, y después a dormir, tal vez soñar...


 
  

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