lunes, 25 de febrero de 2013

Puerto, Platillo y poetas

Ancoche con Marcelino bajamos al muelle. El Fred Olsen atracando en ese momento. El acceso al puerto de Santa Cruz es complicado, tortuoso, vale la pena. Sólo para intrépidos. Me quedé con las ganas de ver al Petra, barco galanero donde los tripulantes caminan descalzos. El Petra había zarpado. Fantaseo que con un laboratorio donde fábrican al nuevo Papa, mientras los alienígenas siguen buscando a la ciega que vio el Pecado en los sótanos del Vaticano. A esta ciega la conocí en S, pueblo del Norte. No sé por qué, el Sagitarius Star, con la proa señalando hacia el polo norte, me recordó a la mujer ciega de S. Sagitarius es un barco con motor americano. A su capitán, Marcelino, este detalle le ha ocasionado no pocos disgustos. Y algunos placeres.
La luna lucía gorda y vieja, como una bombilla más en Santa Pus. Cátulo estaba preocupado con otros versos.

Deja de querer merecer nada de nadie
o de creer que alguien puede ser agradecido. 
Todo es ingratitud y nada significa
haber obrado bien;
al contrario, causa hastío, causa hastío y perjudica,
como en mi caso, a quien nadie acosa con más saña
que el que hasta hace poco me tuvo por amigo.

No sé por qué se me viene a la cabeza el programa de mañana, La Puerta, en Radio Unión Tenerife. Me parece que la cuestión radio está en momento crepuscular. Ramón el director no da señales, no enciende la farola del mar. Qué bello es tomar una responsabilidad y estoy para las plumas y no para los plomos. Plomos fundidos.  En fin, algún día podré volver a leer la carta de un escritor a su editor. Algún día, Mr.
Mañana veremos qué hay. Veremos, dijo un ciego. Y Alvaro de Campos escribió:

La maravillosa belleza de las corrupciones políticas,
Deliciosos escándalos financieros y diplomáticos,
Agresiones políticas en las calle,
Y de vez en cuando el cometa de un regicidio.
Noticias en los periódicos,
Artículos políticos insinceramente sinceros,
Olor fresco de la tinta de imprenta.

En el mismo muelle que el Sagitarius, un velero berjantín y un pequeño buque de pasajes en viaje por las islas macaronésicas.
Dejamos atrás la luna gorda y fea, a Catulo y a Pessoa, y subimos al Platillo Volante. Nos obsequiaron con mantaditos y sonrisas. Recordamos a Ezequiel Pérez Plasencia. En la Maldad lo recuerdan con cariño y respeto. Yo no lo conocí en persona. Él no conoció a Nally a y a Rosa. Le hubiera gustado. Y Nally y Rosa ¿lo conocerán a Ezequiel? En mi casa tengo varias obras suyas. De mí depende.

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