lunes, 10 de junio de 2013

en un lugar del Norte

A veces como un gallo de Texas, resistente en el combate, y otras veces como un gallo filipino (los conocí en el diario de Jaime Gil de Biedma), rápido de reflejos y con cuchillas en los espolones, peleo en este mundo de locos o de charlatanes. Y peleo en la sombra, con otros animales, contra las penas que enjaulan a la gente que amo. Lo demás son días de tiro al arte, como con don Tigre el sábado en lo que fue pescadería Frigo, luego perfumería y ahora edificio desocupado. Más huellas de animales. Del mirador entre la playa rubia y la playa morena (nada de ritos satánicos, aunque a veces también uno pida a Satán piedad por nuestra larga miseria) pasamos al antiguo Frigo. Allí trabajaba mi madre, en el picadero, sacándoles las agallas al pescado y a los bobos que no sabían cómo hay que tratar a una mujer. Una mala mirada de mi madre era más temible que su machete. Ahora allí dejamos la huella animal. Dios y el Diablo la bendigan. Otros días son más civilizados.

El viernes subí a la presentación de Las edades ( de Pepe Marrero) en un desangelado Ateneo, sin bar, sin tortilla con perejil. Vi a Agustín Pacheco, pálido y comiendo un mantecado de fresa y chocolate. No le dije que la noche anterior había soñado con él. En el sueño, existía maravillosa la antigua playa de Los Trabucos (malhaya quienes la destruyeron) y un barco (podría ser el Sagitarius star, del capitan M), anclado junto a una baja cerca de la costa. El destino blanco del barco era que Agustín tomara posesión y lo convirtiese en sede escogida. Pero la Guardia Civil del mar no podía custodiar la nave, hasta que Agustín Pacheco se hiciese cargo, porque los papeles (legales) no estaban en reglas. Los charlatanes amenazaban con hacer de la suyas. Pero ahí estaba yo, con la mirada de mi madre, acechando a los siembra nadas que quieren más y más y nunca se conforman. Esperando que llegara Agustín y poder descansar de tanta vigilancia.

El acto comenzó con Anghel, despotricando contra las vallas de Santa Cruz Leído. Qué infamia. El Ayuntamiento poniendo vallas en lugar de comprar libros, como el de Pepe Marrero. Un tal Rafael fue el presentador principal. Habló de la memoria de la vida y de la memoria literaria. Luego Pepe leyó dos poemas. Bien leídos. Ritmo yámbico. Saludé a Ignacio, me despedí y tranvía, destino Intercambiador. Me bajé en Cruz del Señor. Cuando pasé por el bar de Nally, iba seguir de largo. Pero la chica me llamó y uno es (a veces) un caballero. Gestos cautivadores que me recordaron... Ay, Eduardo, preferiría no hacerlo (lo de cicerone en la calle Miraflores) a menos que me acompañase Cristina Tavío. Rezo para que sea alcalde de Santa Cruz. El vicealcalde actual me ha defraudado. "Antonio Cubillo despierta pasiones y odios", rugió Martín. Ay Martín, con el maletín, con la pata coja...
Aposté con Nally a los caballos. El 3. Ganamos.
--Jesús, el sábado voy a la avenida de Anaga, ¿te veré por allí?
Y luego, abierto el Lengua Larga. Elena sonriente. Hay días en que las noches son una elegía.

Me llama Marcelino. Me habla de un perro. Un pastor herreño.

Tarde de Cora y Malva en la casa de Clara, mi no amor preferido, palacio de mi alma, guarida de mi cuerpo.

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