viernes, 28 de junio de 2013

--Ese calvo de mierda y la mujer...
--¿Quién es ese calvo?
--El que vive por encima de tu casa, al lado de la de Nico... Le molestaban los gatos pero no le molestan que ahora caminen las ratas por los jardines y estén llenos de cucarachas, y la jedionda de la mujer barre para la calle y no recoge la basura, eso no le molesta.
--Tranquilízate, hombre.
--Mi madre está enferma desde que se llevaron a los gatos.
Su voz es menuda, flaco, nervioso, en la puerta del bar de Ibrahim.
--Molestan los animales y no molestan los maricones esos.
--Samba --canturrea la máquina del dinero.
No me amarga el destino de los gatos. Ya estoy civilizado, maleado, y no tengo ganas de ponerme cuatro patas --como Voltaire cuando leyó a ese de todos somos buenos hasta que la sociedad nos corrompe-- pero los echo de menos. No hacían daño a nadie y alegraban la calle. Ahora, verano, la alegran los chiquillos. Hasta que alguien se queje, ponga una denuncia y obliguen a sus padres a encerrarlos y que no se junten. Más de dos niños juntos son potencialmente peligrosos. Eso es lo más que me agrada de los chiquillos del barrio. Son peligrosos, pero tienen la amabilidad de avisarme cuando dejo, despistado --qué raro--, la llave por fuera. Ya habrá uno que los enseñe --siempre hay uno que enseña-- a birlar la llave, acechar que no esté yo dentro y entrar a robarme los escritos. No sé si poner un cartel en la puerta y reunirlos para leerles los cuentos de Chaucer. El primero es de un caballero, más pesado que un cura, que siempre está repitiendo que va a ser breve y el cuento no termina. Chaucer debió de darse cuenta de que por ese camino (afortunadamente no era un canario) no iba a ganar una libra, y con la disculpa de que es un pecado falsear los hechos y los dichos, el molinero del grupo, borracho como una cuba, se empeña él en ser quien cuente el segundo cuento. Menos mal.
*
--¿Cuándo vamos a romper la ley del silencio? --me pregunta una mujer casada, tan tristemente honrada que aún no ha engañado al marido.
Pienso que descubrió mis pensamientos, mis felinas intenciones, pero no. Romper el silencio significa hablar de algo que ya es ceniza en mi ánimo. No olvido pero no me amargan los males que me hicieron o me hayan querido hacer. Bastante tengo con la mala conciencia que a veces me sacude por lo que yo hice o hago. Mi proceder sí me preocupa. Lo de los demás, salvo Ramón, al que hay que poner una instancia, procuro ponerle coto y que se jodan. Daño que quieres hacer, daño que recibes. Hacer el tonto, en el teatro, a pesar de que los tontos del público piensen que el actor es la persona. Miserias del oficio. Y en fin, a ver si me doy un baño de mar, que ya es hora, y hace calor y los gorriones... ¿dónde están los gorriones?

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