jueves, 11 de julio de 2013

Trama turca

Ayer noche, después de los tamarindos, despachamos una tortilla en la calle El Clavel. Marcelino contrariado con el bombo del arte. No cree en el arte. No cree en los artistas. Pero tiene dos cuadros míos que son una maravilla. No tendrán valor artístico pero que se ponga a venderlos. Entre los que tiene en su cuarto hay otro de gran precio --el valor ya no vale nada-- que es de un pintor que hacía sus cuadros en los conciertos roqueros al aire libre o en la plaza toros. Y otro, más pequeño, que es el más auténtico de todos, el que tiene más belleza y más verdad (con permiso de Isadora Duncan), que es de Alejandra, una pintora que prefirió jugar al fútbol que jugar sobre el lienzo. Mi tío bisabuelo escribió una novela que se llama La vida juego de Naipes. Yo la tenía y me parecía interesante, pero terminé llevándola a la noche de Clara en El Generador. Clara, como Marcelino, no cree que esto del arte tenga posibilidades; juego de machangos. Y tienen razón. Pero en un mundo que ha perdido el miedo de lo salvaje y se ha entregado a la rutinaria corrupción de lo civilizado, ya ningún ritual es válido, pero sí es negocio, tiene precio. Y el mercader mira y ve, ve lo que hay, con ojos de mercachifle (lo que yo vendo es lo mejor, y vende basura) o con ojo crítico. Esto es mejor que lo mío pero aquello no. Porque sabe lo que trabaja y, como el oro es reconocible, también la imagen que es oro y no pura copia --en el mejor de los casos-- o cobre. Mircea Eliade informa de los conocimientos antiguos sobre la tierra. El cobre en el vientre de la madre tierra, con el tiempo se convierte en oro. El alquimista acelera el proceso. La alquimia del verbo, en Academia Chitoski, en el distrito de Zoo.0, consiste en convertir el cobre en oro. ¿Cómo lo hacemos?, muy fácil.
Bueno, el caso es que engullimos la tortilla mientra un paisano en el barril de al lado de la mesa, intentaba conquistar a dos chicas con el estilo crítico.
--Compró un libro por siete mil euros. Eso es una vergüenza. Tanto niño pasando hambre y gasta siete mil euros en eso. Los libros son para ser leídos, para venderlos baratos... ¿Y los incunables?, me preguntó uno. Sí, pero los incunables en su tiempo no fueron incunables, estaban ahí para leerlos...
Aprovecho la coincidencia para hablarle a Marcelino de la colección Animal.
--No sé, no sé yo eso de salir en tres fotos...
--Warhol...
Marcelino piensa que es vanidad, narcisismo. Y si lo fuera qué. Dali fue vanidoso y narcisista, y hasta en eso fue grande el pintor. Hay quien puede ser vanidoso, porque lo sabe ser. Y hay quien tiene que ser humilde, o porque sabe mucho, más que Dalí, o no sabe nada, como Sócrates.
Bueno, creo que me estoy enrollando como Cantiflas. Si pudiera desenvolverme así con el verbo con E en La Maldad, ya no sé dónde estaría yo ahora, no creo que escribiendo esta página... En fin, Genrador cerrado. Visitamos Malavida. Al rato asomó Anghel.
Los leopardos tienen noches de luna y habilidad para cazar conejos, pero yo tengo un amigo (plagio de unos versos de Martí). Anghel tiene los mismos cuatro defectos que tengo yo (en distintos grados cada uno de esos defectos) y dos virtudes que él tiene y yo no tengo.
--Flaco favor le estás haciendo a Dalí.
Vaya por dios, no sé qué favor le estoy yo haciendo al amigo de Buñuel. Más bien me lo está haciendo él a mí. Me enseña a pintar en sueños y a vencer la timidez con el descaro del que sabe lo que hay. Conocerlo, como en su día a Chejov, ha sido una suerte para mí. Y además en mi amigo hermano.
--¿Cuándo vas a publicar Retrato de Marlou Diésel? --le pregunto.
El libro de Marcelino todavía no. Quizá en el 2015. Pero otro de trama en Turquía sí. Lo conozco. Me gustó, como me gusta o agrada una novela de Alexis Ravelo. Lo leí y volvería a leerlo si tengo que viajar a Turquía. Mejor que ninguna guía de viaje. La autora sabe darle fuelle a un folklore que en realidad poco le queda para convertirse en cartón piedra. No en la novela que esta tarde se presenta en el Orfeo La Paz, en La Laguna. Cuando la autora habla de comidas, le dan a uno ganas de comer. Y cuando aparece el inspector Perdoma --esqueleto de la novela--, le dan a uno ganas de ponerse a investigar. Un hombre bueno que sin embargo no es bobo. Y una autora que sabe asar la carne y hacer la salsa. El guiso está muy bien de sal. ¿Le falta un poco de picante?
--¿Tú qué dices, Anghel?
--Que tu generación son unos vagos que no leen nada.
Ya está como otro que yo me sé. "Yo leo mucho, tú no lees nada". Ay, Señor, voy que tener que recurrir a Alberto de Cuenca para pararle los pies a estos recordmán de la lectura.
Pero otro día. Hoy gracias al cajero humano pagué contribución y basura en el cajero automático. Que tome nota mi tutora ilegal. Estoy pronto a perderme de las letras. No me pregunten dónde. No lo sé. Pero si me pierdo no me busquen. Y no me hagan jugar al escondite.

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