miércoles, 14 de agosto de 2013

llegando a la habitación de Gregorio Samsa

Leo en el blog el escobillón lo que H.P. Lovecraft dijo del arte de Poe: "Los meticulosos ajustes de fuerza acumulada, la precisión inequívoca para el ensamblaje de las partes que hace perfecta la unidad a lo largo de todo el relato, y la atronadora efectividad del momento culminante, los delicados matices de valor escénico ... vitalizar la deseada ilusión".
Y leo lo que escribió Jose Lizundia de Cucarachas con Chanel. "Kafka no necesitó más (600 palabras) para iluminar recovecos del alma humana que hasta entonces nadie había notariado. Ramallo recuerda a Kafka en la precisión y economía narrativa ... no hay líneas ni palabras de más (lo que puede representarse como talento). Vetas sin ganga que dirían los buscadores de materiales preciosos. La libertad creativa se ha solventado matemáticamente. Esa es la garra del escritor, saber contar y dirigir perectamente lo que cuenta".

Nada que objetar. Toda obra de arte admite sin rubor todas esas arribas precisiones. El arte de la novela necesita categorías absolutas, como el arte del habla necesita abstracciones: fonemas, lexemas, morfemas y la perra que los parió. El espacio real es relativo, el espacio de la novela debe ser absoluto, como quería Stevenson frente a Henry James, una yarda preferido el autor de El diablo en la botella, el hombre que contaba historia, que el respetabílisimo Henry James, de quién leí Los europeos y no lo terminé, y no por falta de curiosidad, sino por los defectos que el alumno Stevenson le señaló al maestro James.

Más me interesa, porque entreveó a Dr R, lo que añade el analista Lizundia a continuación:
"Donde marca las mayores diferencias Ramallo es en que su voz, tanto cuando habla o cuando calla ..., apela a un sujeto ahí con plena entidad literaria ... cuya respiración, como las voces que lo atosigan, hasta podemos escuchar".

***
Otro aspecto de esta estancia en Cucarachas, antes de pasar a lo que dijo Eduardo García Rojas, es los sátelites y planetas olvidados. Nombré Puerto Santo, en Neptuno (la amenaza viene del mar); Ídolos de bruma, retrato en blanco y negro de una ciudad lunar; Retrato de Marlou Diésel: Santa Pus vista desde Mercurio, y algunos títulos más. Pero de pronto me hizo queja la injusticia del olvido. No se puede pasar como si nada sobre la obra, Distrito Santa Cruz, de José Rivero Vivas, empezando por La Magua. Olvidé también El bufón de los dioses, mal olvidada novela. Otra obra a considerar es Puercos de Circe, pero aún no se le ha secado el chorizo perro y no la he podido leer. Sí me pareció imperdonable pasar por alto a Ezequiel Pérez Plasencia. Quizá porque es un autor que se me parece demasiado. El ensamblaje de las partes no siempre hace perfecta la unidad. Lo consiguió en el relato que ganó el Premio Juan Rulfo. Imagino que lo escribió bajo la poderosa luz de Lunar Caustic, de Malcolm Lowry. La literatura se alimenta de la literatura, como defendió Stevenson frente a H. James.En el Orden del día, como me sucede a mi también, hay demaisiado alimento de la vida, y faltan y sobran hechos y palabras.
Bueno, me detengo en este autor que se me ha escapado por cercanía. Él gago, yo disléxico. Habitante del mismo barrio, él natural y yo artificial. Correctores los dos. Yo amigo de las erratas y él enemigo. Autores los dos tendentes al libro de memorias, a ese género emparentado con el diario y con las crónicas renacentistas. Nos diferencia que él es autobiográfico y un servidor milita en lo anti-autobiográfico. Donde es blanco pongo negro. Ezequiel quiere poner en su obra lo que es él mismo, alguien a respetar, a admirar, tanto por lo que ha leído como por lo que sabe.  
Quiere demostrar que sabe. Y no lo dudamos. Se espanta cuando ve hechar en un texto, y los oximorones les semenjan gusanos babosos, vicios semánticos. Le espanta la inexactitud. Sin embargo admira unos versos que son pura preciosa ridiculez, ya no apestosa mentira como en "Taxi driver" con que comienza Cucarachas, sino ñoñería en estado casi puro. 
Una mujer llamada Piedad le ofrece un poema a Abel Cainus (en El Orden del día) que es peor que el que le ofrecen a Gabriel en "Taxi driver". Aquí es donde comienzan a reflejarse las dos novelas. En la de Gabriel, este hombre enseña a una sirena a cantar. En la de Abel Cainus, este hombre oye con sentida nostalgia útopicas paridas amorosas, sin marcas de la pasión que dicen tener. En la novela de Ramallo, Orfeo enseña a la sirena. En la de Ezequiel, don Quijote oye dulcineas donde hay aldonzas. Cómo Piedad llega a "Taxi driver", ya lo contaré diosmediante.

continuará

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