lunes, 2 de septiembre de 2013

 Una noche, hace tiempo, un... no sé cómo llamarlo, un conocido de aquel día y esa noche, con quien quedé hablando al final de una fiesta, en el callejón entre Pulido y antes 18 de Jsulio, quiso pagarme un taxi para que me fuera. Iba a pillar y no quería invitarme, pero sí me pagaba el taxi. Qué generoso. No lo mandé a la mierda. Sólo le dije que no. Yo tenía para pagar el taxi, y si no hubiese tenido, no hubiera sido la primera vez de caminar nocturno desde Santa Pus a los vulgares barrios altos. 
El tema del dinero, en Cucarachas es significativo. Gabriel cuenta su dinero con el mismo cuidado con el que cuenta (a sí mismo) los demás episodios. O da cuenta del dinero que va a ganar, por ejemplo, con el Galápago. Buf. Nombré demasiado pronto a este personaje. Más bien quería hablar ahora del capitán Orvaneja, que aparentemente no tiene vela en la novela de JRamallo, pero con una historia personal, la de este hombre, que sí recuerda (por lo poco que sé) al Galápago. Tipo de mala sangre que termina desgastado de todo poder.
Recuerdo lo que me contó mi padre. El capitán Orvaneja paró un día a mi abuelo Juan cerca de la plaza Weyler.
--¿A dónde va usted?
--A trabajar.
--Enséñeme sus manos.
Manos callosas, de trabajador, de hombre que manejó la fesoria para ablandar la tierra y sembrarla, y que en ese tiempo manejaba la pala para sacar arena de la playa de Los Trabucos.
--Usted es un trabajador --dijo el "cerdo"--; buenas tardes y que le vaya bien, caballero.
Mi padre, como buen franquista, me hacía el cuento con no poco orgullo.
En fin, apunto en la memoria histórica de Santa Pus a Orvaneja. Un personaje idóneo para una novela de Juan Royo. En relación con Cucarachas con Chanel, Gabriel, cuando cuenta su dinero, lo hace con el orgullo de quien lo ha ganado con su trabajo, con el trabajo de sus manos.
Un trabajo que él mismo, en otros episodios, denomina trabajo de puto. No ejerce la prostitución, aunque su menester, como el de putas y putos, consiste en darle gustos a cuerpos ajenos, en aliviar fatigas y necesidades de clientes (¿cómo los médicos?).
Pero volvamos al franquismo y la prostitución. Otro escritor, también nada sospechoso de franquista --González Ledesma en Historia de mis calles--, cuenta:
"Con el paso de los años me he ido preguntando, no obstante, si hoy muchas mujeres no están peor. Al menos aquellas pupilas sujetas a reglamento tenían seguridad social, subsidio de enfermedad y vejez, y un médico. Hoy, gran parte de ellas dependen de mafias y de chulos, llegan a la vejez sin protección alguna, son maltratadas y a veces hasta aparecen muertas. ... La prostitución es para la moral un vicio, pero para la sociedad es un trabajo, y todo trabajo, sea el que sea, requiere una legislación honesta."

No es Cucarachas una novela política, pero también la política está presente. La política en Santa Pus, esta ciudad que, gracias a esta novela, hace interesante todo lo que encontremos escrito sobre ella, incluso aunque sean textos de hipócritas que no saben sino adular o insultar, pero esto es lo menos que me interesa. Una ciudad se da a valer cuando un escritor pulsa las teclas que la magnifican. Joyce lo hizo con Dublín (aquí, en Lorca, donde escribo esta entrada, la bibloteca de mi hija Sibisse y de Manuel cuenta con la excelente tradución de J.M. Valverde del Ulises), en esa enorme novela en la que ahora entro gracias a la claridad que sobre ella vierte Cucarachas con Chanel, pero de esto hablaré en otro momento.

No hay comentarios: