jueves, 28 de agosto de 2014

lecturas



Termino El cartero siempre llama dos veces. "El amor cuando no es verdad, es odio". Una novela de amor en negro. Si el asesino hubiese sido el asesinado, un viejo griego, casado con una joven blanca con dientes mexicanos, la relación con Crimen hubiese sido directa.
Luego releí el cuento de Fonseca "La venus de Boticcelli". Un jorobado que seduce con la poesía. Una vez seducida la bella, el seductor se la quita de encima como puede y se fija en otra (algo tiene el petudo que las vuelve locas) Hay coordenadas que lo unen con la historia de Gabriel en Cucarachas con Chanel.

Anoche, mientras no dormía, releí Los pecados de nuestros ancestros (The sins of the fatthers), del autor estadounidense Lawrence Block. El personaje protagonista no es Mat Fernández, de Una travesía a través del infierno, sino el bebedor y cafeinómano Scuder (?). Cuando fue policía mató (sin querer, claro) a una niña de siete años. Estrellita Rivera. Nueva York. 
Ya la había leído hace muchos años cuando, corrector ortotipográfico, corrector de erratas, colaboraba con Júcar. Me sigue conmoviendo el personaje. Investiga cómo fue la vida de una chica antes de que la mataran, por encargo de su padre legal (es hija de otro hombre, que fue quien preño a su mujer, ya desaparecido en Vietnam para facilitar la historia). La chica vivía con un homosexual, hijo de pastor protestante. El homosexual, lo sabe el lector y lo sabe Scuder, no es el asesino. Se limitó, en un ataque de locura cuando vio el cuerpo ensangrado de su amiga, a follar con el cadáver. Creyó que follaba con su madre. Eso es todo lo que sé, por ahora.
Mat Scuder visita a una amiga puta cada cierto tiempo. La primera vez, supongo que habrá más veces, mo se le levanta el ánimo (el acohol, los remordimientos...) pero lo consuela de una vida de mierda, en general, ese rato de compañía.

Dejo la novela por la mitad y me voy a San andrés con Marcelino. Le ha dado dos obras a Anghel Morales. No le ha publicado ninguna. Hace dos años que se las pasó. Paciencia, en este oficio si no tienes paciencia tírate por un puente. En San Andrés, en el Monterrey, la plática de siempre con Fernandito. El inminente temporal...

En Santa Cruz, en el nuevo bar de Nally (mejor dicho, de su hermana Claudia, en la calle Salamanca) me habla de un colega, dice que es un trepa. Bueno, busca cobijo entre la burguesía, que es la que maneja los billetes. Por lo demás es un escritor con recursos de organillero y un fondo evangélico al que no se le puede quemar la calva así como así. Me pregunto quién de nosotros no es un trepa. A ver, levanten la mano los que no son trepas. Vaya por dios. Un bosque de manos alzadas. Ni un solo trepa entre nosotros.
Qué bien. 

La alemana, nueva visita, sube el valor del cuadro con la figura de la ex modelo. La modelo me dejó, no quiso saber más de mí, porque no intenté comérmela. Supongo.
--¿Tú eres maricón? --me preguntó.
¿Qué hombre no lo es?
--No.
--Pues lo pareces. Adiós.
Sentí no habérmela comido. Imagino ahora sus costillas fritas. Qué pena. Perdí el manjar, perdí a la modelo.
Estuve a punto de decirle a la alemana que se lleve el cuadro. A veces no quiero verla ni en pintura (a la modelo; a la alemana todavía la soporto).
Pero no me gusta cómo la berlinesa mira la figura del cuadro, casi con odio. No entiendo por qué lo quiere comprar. ¿Celos? ¿quiere deshacerse de una rival? Dos polvos y ya siente que yo soy su posesión. Y no sé cuándo habrá un tercero. Sufró el síndrome del Príncipe Genghis, o dicho de otro modo, lo mismo que sintió el protagonista del cuento "La fiesta", de Antonio Bermejo. Se me han quitado las ganas de mujer. 
--No, ese cuadro tiene dueña. No está a la venta.
Ni se lleva el cuadro ni un rato de amena sexualidad. Se fue enfadada. Doble trabajo, dicen.

Yo escribo como un bufón (del mismo modo que Rojas, por poner un ejemplo, escribió La Celestina). Ya no sé hacerlo de otra manera. Pero procuro vivir como un hombre, en el humano animal sentido de la palabra. Si escribiera cómo vivo, sería un aburrimiento. Todo, o casi, carece de importancia. Ausencia de momentos gratos es lo de menos. Lo importante es que no plagueen los momentos ingratos, y si vienen plantarles cara. Unos no te devuelven el libro necesario para hacer un trabajo, tú no devuelves veinte euros, y así nos va. Etcétera. Más sufrió el ladrón, criminal y poeta Villon en un foso, el mejor poeta de Francia. 
Aquí tenemos a Venanceo, que no fue asesino ni ladrón, sino apenas un buen hombre y un poeta genial. Villon estuvo tres o cuatro siglos olvidado. Venanceo no lleva aún un siglo. En la hora canaria. 

Andrés Chavés habló ayer de un enemigo maricón que follaba soldados en el parque. Un maricón osado. 
El de la novela de Block es más retraído, casi autista, homosexual a su pesar. De niño vio a la madre muerta en la bañera, con la venas cortadas con la navaja de afeitar de su marido. El chico, ya de mayor y viviendo con la chica que asesinaron, la ve a ésta muerta, hecha un cromo de sangre. La novela no descubre lo que sintió el niño cuando vio a su madre muerta. Se puede leer entre líneas.
El asesino es el padre del chico homosexual. Pastor evangélico. La joven lo seduce --lolita con complejo de Electra-- y el evangélico termina matándola. El argumento aquí es pobre, mal bordado. Ni el autor ni Mat Scuder se dan cuenta de que el asesino es el padre legal. El hombre que le encarga a Scuder investigar cómo fue la vida de su hija antes de morir, es el asesino.
En Edipo, el hombre que investiga es el asesino de su padre sin él saberlo. En esta novela, de haberse resuelto como propongo, el asesino sí sabe lo que hizo. Por qué contrata a Scuder queda en el misterio.
La novela tiene otros bebedizos más sustanciosos. Conecta más o menos directamente con Crimen y con Un camino a través del infierno y con La posesión...  Y en un tercer plano con Marlou Diesel, otro asesino. Scuder lee de pasada cómo matan a un taxista  con una ganzúa, violando el espacio de proteción del chófer. 
Ah, ganzúas. 
Stevenson escribe la biografía, denostando al personaje y elogiando su arte (como cuando dicen qué buen cirujano fue Jack el Destripador).
Seguramente fue un trabajo de juventud, antes de que nuetro inglés conociera a los elfos, ajenos a criterios morales, que le dictaron casi la mitad de sus mejores obras. 

En fin, los mirlos sufren ahora los disparos de las escopetas de balín. Así guarda un vecino su jardín huerto ecólogico.
 
 

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