lunes, 1 de septiembre de 2014

La Regenta, 2

El autor parece, hasta ahora, haber hecho un pacto de caballero con el Magistral. No cuenta feo dél sino lo que todo el mundo sabe. Es un hombre, bien gobernado por su madre, usurero que se sirve de la Iglesia para arruinar a otro (don Santos) y quedarse él con el negocio de los santitos. Lo demás que cuentan las lenguas de Vetusta, las lascivias del confesionario entre el Magistral y Ana Ozores, no ha ocurrido todavía, a no ser que me haya saltado un detalle delatador. Clarín es maestro de detalles delatadores. 
Don Alvaro, el donjuán, tiene tanta inquina al Magistral, al que ve como vencedor, que no tarda mucho en caer en el odio. Don Alvaro y don Fermín son los únicos personajes masculinos que no son zoquetes intelectuales. El intelecto, la intuición y el instinto les funciona bien. Son los únicos hasta ahora que no son caricaturas, machangos más o menos ridículos, graciosos o simplemente bobos. Como el ateo de la ciudad. El único ateo de Vetusta gracias a Dios va a ser clave para la venganza de don Alvaro. Una venganza que se fragua en el Casino.
El ateo se había largado del Casino porque no le hicieron caso a su propuesta de no hacerle allí el juego a las fiestas religiosas, y se hace amigo de don Santos, perro rabioso contra la Iglesia porque el Magistral le quitó el negocio de los santitos y lo dejó en la ruina.
Don Alvaro, presidente del Casino, ve los cielos abiertos. Pide perdón al ateo y organiza una conjura contra el alto clero, es decir, contra el Magistral, mientras ya doña Paula, la madre del gran clérigo, tiene entre ceja y ceja a Ana Ozores, porque según ella, esa pécora le está corrompiendo al hijo. Y la pobre Ana malita en la cama, leyendo vida y milagros de Santa Teresa de Jesús. 
El petudo de Rubem Fonseca, en el cuento "La Venus de Boticelli" (?) las conquista con la poesía. El Magistral conquista a su Ana con la mística. Mala táctica. La poesía lleva honestamente a la homilía. La mística hipócrita acabará por desconcertar a Ozores cuando el Magistral se deja de vainas espirituales y siente que el órgano que está por debajo de lo que está por debajo del corazón es el que manda. 
Ana, antes de leer con devoción a Santa Teresa, intentó leer a otra santa que también le recomendó el Magistral. Pero dejó el libro en un banco del parque, antes de tropezar a don Alvaro y dar un paseo con él, deleitándose con el caballeroso cortejo, que en ningún momento se propasó. Esto no lo supo el Magistral, que vigila la escena desde lo alto del campanario con el catalejo pegado al ojo. Es la primera manifestación de los celos del clérigo. Los celos aquí funcionan como máquina, como el catalejo, que aclara lo que no se ve a simple vista. No serán infundados estos celos. No tarda el Magistral en bajar del burro su careta mística y aceptar la verdad. Lo que realmente quiere es tirarse a su pupila. Lo hace con la criada de su madre (Clarín no entra en detalles, sólo los suficientes) pero no es lo mismo. Ana es la fruta prohibida. 

Veo en el Tea la película china Un toque de violencia. La violencia como modo de no caer en el tedio o como única salida a situaciones humillantes, de tomaduras de pelo o abusos de poder. Cuando salgo de la película, me imagino al Magistral mandando a Dios a tomar por saco, matando a su madre, cargándosela al hombro y llevándola a la asquerosa tumba civil donde, a estas alturas, yace el cadáver de don Santos, a que viajen juntos al infierno la verdugo y el víctima. Capítulo del entierro de Don Santos, magnífico. Capítulo de la misa del gallo, con el órgano emitiendo tonadas del estilo

No te pongas nada debajo,
mi querida Marilín,
que después del baile
te llevo al jardín

inmejorable.

El autor narra esa misa como si hubiese sido una orgía. Don Alvaro, que piensa que toda mujer tiene sus quince minutos de gloria (¿a qué me suena esto?) ve más próxima la gloria de Ana Ozores. Se recupera de una ministra que lo dejó seco follando en Palomares, durante el verano, y se fortalece para esos quince minutos.

Por supuesto, no creo que mate a su corrupta madre el Magistral, ni que luego mate a Ana Ozores y a don Alvaro y, para abreviar, termine armando una metralleta en el campanario, ajustándole el catalejo al arma, y diparando sobre toda la gente de Vetusta, seglares y curas, señores y criados, buenos y malos. Todos pal infierno. 
Sin embargo, anoche mientras leía, llegué a un real conato de violencia. Aún el Magistral no le ha metido mano a Ana, pero ya se descubrió. Ella se desilusiona de quien creía su hermano espiritual, se deja de misticismos, por fin, y piensa en don Alvaro, que por lo menos no engaña a nadie con sus reales intenciones. 
El Magistral y don Alvaro se cruzan en el parque. Don Alvaro tuvo un poco de miedo. Vio las intenciones del otro. Ganas del otro por tirarlo al suelo, escacharle la cabeza y sacarle las entrañas con las uñas. Literal. "Se acordó de cierto asesino de los cuentos de Edgar Poe".
Y por aquí voy. Seguiré leyendo.
*
Había bajado a La Granja con intención de comentar la entrevista de ayer en El Día  y comentar lo que me parece la guerra entre Paulino Rivero el demagogo y Clavijo, al que pienso como hombre más decente y fiable. Presentimiento nada más. Este Paulino cada día me da más miedo... Pero ya gasté las palabras de hoy.

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