martes, 30 de septiembre de 2014

--¿Por qué me odias, mujer?
--Me quitaste tu querer.
--Yo no te quité nada.
--Me quitaste mi almohada.
--No puedo dormir sin ella.
--Yo quiero me la devuelvas.
--Te compré otra más cara.
--Pero esa no vale nada.
--La tengo sucia de pelos;
recógela cuando quieras.
--Hoy mismo voy a tu casa
y recupero lo mío.

Aún no llega la noche
y delante para el coche.
Llega con señorío.
Pasa mi ex por mi puerta
y al dormitorio se entra
sin que le pida permiso
al dueño del piso.
Me toca suave la nuca
y pide le dé la cuca.

--Este taco sí que es mío --
respondo mientras sonrío.
 --Como me llamo Maruca,
quédate con la almohada
a cambio de fuca fuca.

Este cuento no termino
porque no sé como acaba.
 *

Me entretiene el cacareo de las gallinas anti referendum catalán. Amigo, no son las plumas las que escriben las letras de la ley, sino las armas. Las leyes se cambian con las armas. El vencedor tiene la razón. El otro la tumba. Así es. Y yo no hice el mundo. No importunan las gallinas cuando ponen un huevo o piden concurso del gallo. Molestan cuando se ponen a pensar. ¿Qué Justicia las autoriza?

Comienzan en la plaza del mercado a montar un escenario. Para un baile al aire libre, supongo. Ay, si yo hubiese aprendido a bailar. Qué pena me doy. 

La madrina protectora de Lucas investiga el caso de su fuga a las oscuridades de la noche. Una vecina me dice que lo vio en un jardín con una gata blanca. Qúe envidia. Y no sé por qué. Pero la envidia es así, gratuita y asquerosa. 
¿Ay, gatito, cuando tendrás otra noche de fiesta?  

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