sábado, 13 de septiembre de 2014

Ya es hora de dejar a Ana Ozores. Es curioso, si no hubiese leído primero la segunda parte, no creo que la hubiese leído nunca. Tiene capítulos al principio cómicos, geniales, luego va completando el cuadro de Vetusta. Porque uno ya sabe la historia, tienen más interés estos capítulos hasta el dieciséis. Quizá demasiado alargado. Empalaga la alargada presencia nocturna  de don Alvaro Mesía en ese capítulo. Sobra. El único don juan válido es el de Zorrilla en el teatro, el día de Todos los Santos. Curioso como Clarín juega con lo verdadero y lo falso. Lo falso muestra lo verdadero, lo verdadero es falso. En fin, detrás dejo anotaciones que seguramente el gato Lucas tirará un día a la basura, harto ya de jugar con papeles.
 El capítulo 16 sucede el día de toda la novela Bajo el volcán. Rasgos comunes, salvo que en México los muertos son una fiesta y en Vetusta a casi nadie le importan los muertos, ni al poeta Cármenes, que no escribe sino sandeces en el periódico. Nada que sea un poco sincero. Retórica vacía, al contrario de la obra de Zorrilla. Que Ana aprecia en lo que vale, aunque ella solo goza la primera parte.
El que murió fue un poeta, más o menos, amigo de Orlando, en La Laguna. Me temo que resucitará. ¿Cómo? Tiempo al tiempo.
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El que murió también fue Paulino Rivero. Ya era hora. Un sujeto que se va a Madrid a decir que aquí hay peligro de independentismo y luego visita a los de Hilario para pedirles el voto, ya lo desautoriza sin más. Esperemos que no le entren las ansias vengativas a Paulino y no deje a Clavijo a dos velas.

Seguro que el Rivero ni se preocupará del vecino de Tacoronte que le pidió ayuda. Él ya tiene su chalet y nadie se lo va a quitar, por lo pronto. Que lo disfrute.


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