martes, 7 de abril de 2015

recuerdos

Conexión con Anghel, que me invita mañana a ser poeta de su rebaño. Yo encantado. Anghel es buen pastor aunque se difrace de lobo. 
La cosa después de las ocho de la tarde en Librería del Cabildo. 
Seguramente llevaré algo de Juan Cabrón. Esas coplas no poco la deben a escogidas de Anghel Morales. Sencillez argumental y sobriedad musical. 
Yo creo que me hice poeta porque no sabía cantar, coger el tono. Yo no creía en mi música hasta que una chica de raza india me convenció de lo contrario.
Fue en la iglesia protestante que está detrás del antiguo hotel Brujas. Por debajo de club de tenis. Yo iba a visitar al pastor después de las clases en el instituto, con Aureliano y Jose Víctor. Aureliano un pitagorín exaltado y José Víctor un tipo inteligente que se reía de su sombra. El pastor, don Ricardo, era un gallego amable (nos invitaba a té en su despacho) y hablador. Hablábamos de todo. Y le gustaban mis poemas. Le parecían raros pero le gustaban. Eran emanaciones automáticas, todas las palabras raras que tenía en la cabeza las soltaba fabricando frases al azar, o emanaciones amatorias sexuales, más controlada la escritura, más reflexiva. Pasamos también a ir los domingos, primero a un taller artesano, trabajos con la madera, y luego al culto, donde don Ricardo ponía a la Iglesia católica y al Papa a caldo pota. 
Al segundo año llegó de EE.UU. un pastor misionero americano, blanco, con su mujer (raza india) y su hija, una muchacha bellísima, raza india completa. Del padre no sé qué sacaría. Me enamoré. En el taller trabajaba la madera con ella y en el culto nos senmtábamos juntos en el mismo banco. No me hizo falta hacerle ninguna trastada. De entrada a ella también le caí bien. 
Cuando cantábamos en la congregación se extrañó de que yo moviera los labios pero sin decir nada. Me ordenó que cantara de verdad. Canté. Mi oído conectó milagrosamente con su voz y canté de maravilla. 
Ella se fue (con sus padres, cuando regresaron a EE.UU) pero me dejó su música.
Fue un amor platónico.

Y el viernes noche, en el Cafésiete, me pregunto qué soporte llevará Tigre. Yo llevaré el recuerdo de unos cabellos largos, azabaches, y de unos ojos profundos que hacen juego con unos labios que saben sonreir. 

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