domingo, 3 de mayo de 2015

el combate del siglo

El otro día me fijé en la gorda del parque. Me miró directamente a los ojos. Dios, qué mirada. Comprendo el franquismo. Quitó la parte de arriba, donde está esa mirada que inquieta como un cuento de Poe.
Eso fue el martes. Ayer sábado, desde la carpa de habladores, Anghel me denominó maestro. Tiene razón. Pero si me hubiera llamado botarate, también hubiese tenido razón. Soy las dos cosas. Hombre péndulo. Unos días me levanto católico fundamentalista y otros pornógrafo protestante. Soy dual. No uno las contradicciones ni resuelvo las paradojas, sino que voy de un lado a otro. Dos lugares relacionados por oposición.
Imagino un reloj con dos péndulos. No soy relojero, no podré construirlo. No tengo dinero. Pero el proyecto de Nguyen sigue en el pensamiento. En principio sería una máquina con tres ejes. Como ayer en las mesitas del kiosco Numancia.  Yo, Juan Royo y JRamallo. Ramallo ahora de vacaciones. No escribe ni lee. Está envuelto en parajes más luminosos, más visibles. A Jose me une ahora la pintura punto cero. Juan sí sigue escribiendo. No ceja. No acaba de triunfar con Mejor cuando improvisas, que ya tiene terminada Santa Cruz amargo. Novela que promete. Autor que va a más en cada intento. Y eso que ya empezó bien. Sus tres novelas merecen consideración continua. Juan propone tres personajes que no son él. En El fulgor un moro pobre y listo, pero atrapado en el amor. En Puerto Santo, un pescador atrapado en yo soy yo y mis circunstancias. Y en Mejor improvisar, un santo pederasta, un gigante de cuento que espanta a la bruja, como Gorgorito, y deja entrar en su jardín a la niña del bosque. 
El fulgor es una novela en el polo opuesto de El Extranjero de Camus. La pasión del moro del barranco, en contraste con la indiferencia del moro de la playa, es evidente. Sin embargo hay en las dos novelas un destino trágico que une a los dos personajes.
De esto y de otros entes humanos hablamos cuando pasa, airosa sílfide, mi poeta preferida. Dejo de oír a los amigos y toda mi atención se dispara a la princesa de las nubes.
Parque García Sanabria. Feria del libro. Ningún autor se come su libro en público. Nada extraordinario ocurre. Y sin embargo hay algo extraordinario en la feria. Sombrita.

--Quién ganó la pelea?
Preguntaron antes en un bar de la calle de los bares.
No sé si respondieron el negro o el del pantalón negro.
El combate de anoche. 
Combate de boxeo. No un deporte. Una épica. 
En la caseta de habladores, al final de la charla del novelista Sinesio sobre G 21--junto con la novela de Juan vinieron otras dos que he hojeado y merecen lectura más completa--, besé a María Teresa. Me dio suerte. Se me quitaron los dolores somáticos. María Teresa y un ungüento de Dr R. 

--¿Quién ganó el combate? ¿Cómo fue ese combate? ¿Ganó el insolente o ganó el humilde? ¿Ganó el ostentoso o ganó el que sabe callar y mirar?
Yo, como todo el mundo, estoy con Paquiaio. Pero no dejo de pensar en la cocinera de Money. 
  

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