lunes, 22 de junio de 2015

Noche en Los Realejos, Día en el Puerto (I)

Un moribundo hace bien el papel de muerto. Un moribundo sabe, se le abren los ojos, con quén ha vivido equivocado y con quién no. Aunque la dependencia sea una putada, mezquindad es seguir con finjidos amigos que han hecho de la envidia y la mezquina mentira cartas de intercambios. Debería ser yo más humilde. Pero demasiada humildad es entrar en esclavitud. Ojalá revienten los amigos que me dejaron tirado, muerto. Y los que insisten en no dejarme tirado, pero al precio de aguantarles la pelma hasta el final de los días. Unos desaparecen y otros llegan. Jose llegó hace algún tiempo, y como yo, no es ningún santo. Si lo dejas pone a su sobrina a pintar y él firma los cuadros. Cosa que no podrá ser. Su sobrina, Sol Naciente es el nombre que me evoca, no sólo salió al tío, sino que lo va a superar. Al tío y a mí si nos ponen juntos. La conocí el domingo en la calle Fleming. No le importa estar en el tramado de la pintura colectiva, pero que los que vengan detrás no le pisen los pies es su condición. Llenó las esquinas de abajo del cuadro. Comenzó por las raíces. Otros llegaron y taparon lo que ella hizo (cosa no acotada en el realismo punto cero), pero Sol Naciente, con elegancia luminosa, se apartó del cuadro y siguió en otro soporte por su cuenta. Qué mujer. 
Otras mujeres hubo en mi muerte y resurreacción. Pero empecemos por el principio. Me encontré con Jordi y con Jose en la zona de La Recova. Ellos cargaron el coche de Jordi y yo me senté de copiloto. Enfilamos la autopista y...

(continuará)

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