domingo, 26 de julio de 2015

la vida, la vida, la vida

El mal de amor no se cura ni con datura... Si no me acordara de Quevedo: ¿de qué te sirve enamorarte tú, belillo?...  Ni tengo riqueza para raptar a nadie a un viaje lejos de aquí, ni ya tengo empatía sexual y estoy más flojo que un católico desengañado... Comprendo, de vez en cuando, a los ykhadistas por dentro. Y a Obama. Es la esperanza negra, pero pasará de largo. La América blanca se ha permitido ese lujo, pero no volverá a suceder. Los negros con las negras y los rostros pálidos al timón, como manda la ley...
--La Ley hay que cumplirla --dice Soraya de Santamaría.
Si lo dice Soraya, razón con derecho. Hay que cumplir la Ley, sobre todo la del embudo. ¿Estás enterado, Mas?
Cataluña en la novela inédita con la que paso estas noches, la novela y el gato; la novela corrobora lo que decía Secretos de Cuba: si todos los españoles fueran como los catalanes, España estaría en la cumbre del mundo. 
Lo dejo aquí, el tema político.
*

--¿Quién es el arcano III?
--Es una diablesa de carácter templado y sabedora de teología.
--¿Cómo podré encontrarla?
--La conocerás de noche. Se entenderán ustedes dos. Tal para cual. 
--En qué lugar?
--En un lugar sagrado, actualmente en ruinas, al que hay que hacer justicia.

Pensé en el Balneario, un emblema de Santa Pus.

Dejo una conversación y viene otra. Vía móvil. Con Alberto Linares. El hombre echa chispas. Dice que vio a Ramón, zorro como es costumbre, dice él. Y no sé si decirlo yo. Guarden las gallinas. 
Dice que en La Laguna, alguien está diciendo que él, Berto, es un salvajito.
Me acuerdo cuando metíamos ruido, más ruido que nueces, en la Universidad de San Fernando, con profesores de talla en aquel tiempo...
--Y ahora le mando un beso a las mujeres pájaro que tienen un volar extraordinario. Hoy es sábado. Mañana domingo. Viva yo --se relaja el poeta.

Yo también relajado. Me recoge mi sobrina Famara y viajamos a María Jímenez. Misa por el descanso del marido de mi tía María. Años en el extranjero me hicieron perder contacto. Procuro recuperarlo. Mi tía María siempre me cayó muy bien. Me alimentó, cuando me veía flaco, y su ver la vida fue un ejemplo para mí. Está ahora más vieja y ha desaparecido la belleza explosiva de otros tiempos, pero la dentadura es envidiable. En la plaza de la Iglesia veo también a mi prima Ovidia. Mi tía y mi prima, de la misma edad, se criaron juntas en casa de mi tía Olga, que cuando niño supo defenderme de una injusticia de mi madre: mandarme a pedir perdón a Salvadorito, un cacique, por haberme metido en la huerta (San Andrés era lugar de exuberantes huertas en aquel tiempo) del potentado y salir con dos naranjas, una para mí y otra para una muchacha que lamento no acordarme de su nombre. Subimos barranco arriba y pelamos las naranjas...
Pero eso es historia antigua. 
--Estuve en la muerte --cuenta Ovidia su caso de reciente enfermedad, artrosis, que la obliga ahora a llevar parche de morfina en la espalda. 
Termina la misa y veo a mi prima Beli. Hija de mi tía María. Nunca tuvimos la intimidad normal entre primos, pero sé que ella me mira con buenos ojos y yo a ella. Una vez estuvimos a punto de entamblar mejor conocimiento el uno del otro, pero mi padre jodió el invento.
--Chito está con una goda que viene a verlo dos veces al año --informó entonces mi padre.

Yo no maté a mi padre. Lo mató la vida.
Beli me pregunta por mi estado, mientras cruzamos el barranco por un puente, y esta vez la pregunta
no sólo no me molesta, al contrario. Me da pie para entablar conversación.
--Tú si que estás lozana, lozana y bella --le digo, genio y figura.
Dice que pasa por su casa y luego se acerca a la de su madre. Adonde voy, con mi tía, mi primo David y mi hermana. Mi tía vívía en un casa que ahora está semisepultada por un pedrusco de la montaña. El Ayuntamiento --no sé si Juan intervino-- le facilitó un piso --agradable de estar, con terraza, y a la vera del barranco. 
Sé qué Beli está arreglándose --fue a la misa sin arreglar como es debido--, para que la vea yo aún más guapa. Me quedo con las ganas. Mi hermana y mi primo toman el piscolabis y ya comí ya me marcho. Nos marchamos.
Con el sonido de mi nombre, pronunciado por Beli, en mis adentros: ella me dijo Xito, pero no con el sonido actual del fonema X, sino el sonido medieval español. Cautivante sonido. 

La iglesia de San Andrés, desorejada de campanario. Primero se llevaron las campanas y nadie dijo nada; ahora se llevan el campanario y nadie dice nada...
--Las campanas no servían para nada, y el campanario se estaba cayendo --informa mi cuñado Raimundo, que lo sabe todo, y si no lo sabe se lo inventa.
Veo a Andrea en la calle Belza. Me alegra. Con Andrea conocí la babosa negra...
--Es una uva dulce, pegagosa --informa mi cuñado, esta vez con el sonido de la verdad. También, qué extraño, tiene verdad este hombre.
--¿Llamaste al cura? --pregunto a mi hermana.
--¿Para qué quiere llamar al cura? --pregunta Raimundo.
--¿Para acostarme con él --dice mi hermana. 
Es una santa. Merece el cielo sólo por estar con tal hombre tantos años, sin ponerle todavía arsénico en el café.




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