martes, 7 de julio de 2015

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--No creo que sea el padre --dice Juan.

--Mira la contraportada: "La escritora explora a fondo  la perversidad de su padre. Y mira lo que dice aquí: Él le dice que le diga te quiero, papá...

--Lo que diga la contraportada no es parte de la novela. Es verdad que él le dice que lo llame papá, pero eso no me parece concluyente. --Me lo imagino en un juicio: señor juez, eso no me parece concluyente--. En su primera novela sí que describió un incesto, pero esta no quiso hacerla vomitiva.

La novela comienza con el tío, sentado en el water, empalmado, poniéndose una loncha de jamón en la polla, y llamándola para que desayune. Me recuerda el comienzo de Agosta escribe, sólo que uno escribió ya esta novela hace un siglo. Ahora viene una francesa y me copia. Nada puedo hacer. 

--Creo yo --suspira Juan--. Para mí que el hombre deja de ser un monstruo y se vuelve un cabroncete.

Sí, un puto cabrón. Deja a la niña, no sé si desvirgada por fin o no, creo que sí, sola en una estación, sin dinero para comer, solo con el billete para que regrese a casa por sí misma. No es un cabrón. Es un maestro. La lección pitagórica. No te fíes ni de tu padre.

--Lo que me gusta de la novela es que construye dos personajes a través del sexo --dice Juan.

--La niña apenas habla, y la autora exagera. Una antoñita la fantástica --digo yo.

--La niña apenas tiene rostro. Y la literatura, para mí, siempre es una exageración. Incluso con el gordo --salta Juan a la otra novela, la de la belga-- todo me parece muy exagerado. La literatura es una mentira, te lo juro --concluye Juan.

La cerveza se apaga y tiene que volver al despacho. No me dice de invitarme pronto otra vez a la casa de las japonesas. Ganas de volver me dejó la que me tocó a mí. Esas ganas las alivié anoche con una joven de Marruecos, que la conocí sentada --la conocimos, conducía Marcelino-- frente al edificio de la Once. De cara a la calle. Con una amiga. Ésta del país. Invitó Marcelino. Estos piadosos amigos deben de verme muy mal y quieren que me dé gusto antes de que sea tarde. Les agradezco el gusto que me doy. Elegí a la marroquí. No me equivoqué. Entramos en una habitación pequeña con bidet y cama de un cuerpo.
La mujer dejó de ser persona y se convirtió en un objeto. Los objetos son útiles. Las personas, depende.
--Desnúdate y échate en la cama, y háblame.
--¿Qué haces?
--Dibujar.
--¿Me estás dibujando?
--No, a ti no. Intento dibujar tu voz. ¿Sabes algún cuento de tu país?
--Sí.
--¿Lo sabes en árabe?
Lo sabía. Fue delicioso hasta que tocaron a la puerta, media hora cumplida.
--¡Me parezco! --se asombró.
Yo también.

Marcelino, en mi casa, juntó el cuadro de la modelo martinica y el de la modelo alemana. Acertó.
--Regálamelo... Mañana te invito al Petón.
Mañana fue hoy. Vimos a Beba, a la hermana de Beba, y uno del pueblo... historias de San Andrés. Mar de otros tiempos. Márcel y yo guardamos memoria.


   

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