domingo, 12 de julio de 2015

Poesía

Camino a la parada. Molestia en los pies. Espero la 904. En la parada, frente al colegio que admite alumnos con movilidad reducida, una acostumbrada anciana con movilidad reducida, y un matrimonio. El hombre, desde que lo echaron de presidente de una Asociación, prefiere ir a misa con su mujer. Yo voy al recital de Librería de Mujeres. Sé que la mayoría de poetas sufren, de la Poesía, orden de alejamiento. No me incluyo. Tengo a la Poesía de mi lado, como barragana pero la tengo. Es un oficio de pobres y bobos. Los listos no son poetas, pero se hacen, lo aparentan, y escriben su librito de poemas (que no son poemas, sino podrida cagada) y luego se meten en el ejercicio de la política. Ellos pueden. Yo no. No me da de comer la poesía. Me trata como una mala puta a un cliente fijo. Encoñado. En fin, presuntos poetas de verano. Otros cometen peores crímenes. 
La 904, según quien maneja, es una atracción de feria. Su deslizarse al corazón de la ciudad, tiene su entretinimiento. La plaza Weyler sin novedad. Pronto es el recital. ¿Irá María Teresa?. Irá Evelia? Evelia tiene una voz profunda.
Camino por Callao de Lima. Al final de la calle, en la que baja a la plaza Ireneo, una mesita con dos jarras de cerveza. Que sean tres. Me siento con Pepe Marrero y Alejandro Suárez. Pepe es hombre que habla en prosa y escribe en versos. Sus prosa es de agricultor que abre surcos; su poesía, recolección de flores que al menos no son de plástico. Alejandro también. Prosa hablada, verso escrito. Parece continuamente prisionero en un huevo, metido dentro, intentando continuamente romper su dura cáscara. 
Paga Pepe las birras y juntos vamos al lugar del acto. Me alegra ver a Cecilia Domínguez. Aún no conozco su obra a fondo. Sólo su forma por fuera, de ánfora romana. No he probado el licor que contiene. 
El recital empieza, yo también recito, y acaba. Afuera está Jose. En la última fila veo a Sergio Barreto cambiado de look. Nada de levitas y abundantes mechas. Está más flaco. Yo también. Jose me lo recuerda. 
Una elegante dama, en el banco de la calle, a la puerta del negocio, rompe una copa. Es hora de irse. 
Nos vamos porque Jose quedó con una amiga filipina que quiere conocerme. Artista filipina. Su piso en la isla es espacioso y agradable. La mesa del salón ya preparada. Qué bella mujer, qué acogedora. Sus dientes son masculinos en una boca de mujer. Un detalle encantador. Su piel es tersa y vibra con la mano al tocarla. 
Baudelaire se equivocó cuando aconsejaba al poeta aprendiz a elegir entre una cocinera y una bailarina. El condumio o la belleza. 
M*** no es bailarina profesional. Su especialidad es el body art. Su trabajo de fin de carrera --nos enseña el libro-- es una sucesión de fotos, cada una con un hombre diferente. Todos los novios que tuvo a lo largo de los estudios universitarios. La imagen del hombre en la foto es tenue, los ha reducido a sombras. Ella, en cambio, se muestra en todo su esplendor. Es Poesía en palabras, formas y movimientos. Quiere que trabajemos juntos los tres. Brindamos.
Aún el reloj de una torre cercana no ha marcado las doce de la noche. Comenzamos a trabajar. 
Grata es la noche sin dormir. Y el amanecer.   

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