lunes, 5 de octubre de 2015

otra cuenta atrás

Leo al poeta de Códoba del siglo XI. Está muy bien. Es un poeta civilizado, enemigo de la barbarie. Los poemas de amor no pueden ser de otra manera. El cinismo de la celestina vendría después, con Calixtto caliente buscando los favores de la puta vieja, para desflorar a la gacela Melibea. Con La celestina el amor muere. Que mueran los enamorados es un acto lógico, trivial. El amor sólo sobrevive como doble locura, la de estar enamorado de una fantasmagoría. El poeta de Córdoba (¡Dios lo haya perdonado!) habla de estos casos en su libro. El amor imposible, el que puede sentir un cochino por una gacela, es el que me interesa. No sólo la gacela merece piedad. También los cochinos merecemos. A cuenta de esto, ayer escribí no sé si llamarlo oración


Me deja mi amada
solo y a oscuras.
Me convierto en ave
en días azules,
en noches violetas.

Ahora qué
inventaré yo
a ver si mi amor
se acerca.

Me convierto en burro,
rebuzno mi pena
al ocaso del día.

¿Adónde voy?
¿Qué senda me aguarda
sin hierba ni vos?

Me convierto en pez
de aguas profundas.

¿Qué haré yo?
Si mis cuencas de los ojos
no estuviesen secas
mi llanto regaría la calle
y pondría triste a las flores.


En fin, sobre la mesa del patio, el libro que me dejó Dr R para ejercitar la disciplina. Antiguo oficio el de podar manzanos. Bien estaría la sidra el día 10 de este mes en el Puerto. Camino de Oz.
No sé si usaremos escobas y escobillones como pinceles. Estoy pendiente de la magia del Tigre.


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