jueves, 12 de noviembre de 2015

entre palmeras

--¿Vosotros creéis que la cultura debe ser del pueblo o debe ser del Estado?
En mejor castellano escribo todavía la pregunta de la poeta que presentó a un poeta madrileño y a una novelista también peninsular.
Hablaban del cultura. La entrevistadora quería lucir reina del cotarro, como si los peninsulares a entrevistar fueran sólo dos escuderos de su elocuencia y su porte radiante va la novia. Por eso el "vosotros" de su culta jerga, para demostrarles a los peninsulares que ella era culta, filósofa...
--No hay filosofía. Lo que hay es historia de la filosofía --dijo el insigne pero valioso poeta Luis Alberto de Cuenca.
--¡Cómo va a hacer eso? --no dijo la poeta, no es tan vulgar--. La filosofía es aprender a pensar? --sí dijo.
Pensar y conocer son dos fenómenos diferentes, pensé yo.
Me dieron ganas de salir a la pista y decirle al amigo del amigo que vamos a ver al viejo Tigre y hablamos del arte y de la calle. Impulsos como cuando siendo niño quise salir a la pista del circo a cantar y mi abuelo Ignacio, gracias a Dios, me lo impidió.
--Tú que has sido animal político...
--Sólo animal --contestó el poeta, se nota que es poeta. 
Sí, tenía que haber saltado a la pista, decir señor, salga de esta comedia, y venga a ver a quién tenemos aquí de verdad en Cultura. Yo a la que tengo es a Patricia Hernández, y no en cultura sino en pintura. Está en Ático 13, entre rejas. Esperando que el viejo Tigre ponga orden y le meta mano.

--En el principio era el caos, y Dios dijo "hágase el orden" --Me doy cuenta que la palabra exacta no es "luz", sino "orden". Orden, joven Serpiente, no montes el número. Me fui. Mejor me voy. Me alumbraron el camino con una linterna.
Cuando salí a la calle me encontré a Anghel.
--Me voy a morir y quiero pagarte la deuda.
Bueno, que publique a Juan Cabrón. Leo ahora La muerte del Chivo, de Vargas Llosa, y veo la potencia visual, sexual, filosófica y sentimental del personaje. Leonidas Trujillo la tuvo. Mario Vargas cuenta algo de la madre del Benefactor de la Patria Nueva, haitiana, pero no dice nada del padre, gomero. Se le escapó este detalle al autor. Pero la novela se deja leer. En sí y porque el lector, yo, no es indiferente a Trujillo, el Jefe, el Chivo, ni a Quinqueya y dominicana bandera. Pepa Pardo, doctora en Historia del Arte, artista poliédrica ella misma, me llevó a su nación de nacimiento, infancia y juventud. 
--¿Por qué no vas con el otro? --le pregunté, antes del viaje.
--Tú eres más serio que él.
Como sería el otro.
Josefina admiraba al dictador. La conocí en Gijón en una exposición donde reproducía, como casa de muñecas, la muerte del Chivo. Nada que ver a cómo la cuenta Vargas Llosa.
Los coaligados para matar al jefe equivocaron la estrategia. Donde hay un punto hay otros dos puntos. Eliminar uno sin hacer lo mismo con los otros dos, es verte pillado. Al mismo tiempo que disparaban a Trujillo, tenían que matar al hombre clave por lo menos, el que llevaba el espionaje a rajatabla.
--Cuando Trujillo teníamos miedo pero comíamos todos los días --nos dijo un dominicano en Santo Domingo.
Y un estudiante nos informó de que la lengua de la república procede de los canarios que se asentaron en el barrio de San Luis. A ver si Patricia Hernández me paga otro viaje y lo investigo. Muchas palabras que yo mamé de niño en San Andrés las volví a oír allí. 
Sí, le debo otra visita. 

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